Hay veces que, más que unas apañadas líneas de diálogo, nos conmueve una química especial. El magnetismo que no necesita de palabras. Dos actores que dan bien en cuadro, que se complementan y no quieres que discutan o acaben separados. Pasaba con Novak y Stewart, Matthau y Lemmon, Roberts y Gere, Hawke y Delpy y, de un poco a esta parte, con Paul Rudd y Jason Segel. ¿Serán la pareja 'romántica' más chispeante de la década que pronto comienza?
Rudd es el novio perfecto. Llama cuando debe, manda mensajes cuando debe, es buen cocinero, educado, limpio y servicial en el sexo. Su prometida pensaría que le ha tocado el gordo si no fuera por un pequeño detalle: no tiene amigos, lo cual le hace un bicho raro. En un giro de guión delirante que sortea las bromas homosexuales con un sorprendentemente fino criterio, Rudd se embarca en una serie de citas destinadas a proporcionarle un padrino de bodas. Original y ajustado, así se puede definir al libreto de John Hamburg ('...Y entonces, llegó ella'), uno que bebe de la ternura del universo Apatow y obtiene matrícula de honor en muchas de las asignaturas impartidas por su ideólogo. No se puede decir que nos encontremos ante un nuevo modelo de cine, ya que enfatiza en las sensaciones referidas, pero sí ante un ejercicio de buen uso del material a favor (actores en estado de gracia y humor físico y verbal —incluyendo escatología light—) para crear una comedia enmarcable que lamentablemente será denostada de primeras por muchos espectadores prejuiciosos.
Valoración: 8/10
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