La virginidad, divino tesoro. Tantos americanos adolescentes intentando perderla al mismo tiempo en sus hermandades Alfa Beta Gaga o Delta Peta Zeta que el cine no podía quedarse al margen. Y por ello decidió inaugurar un género destinado a tal hazaña concreta: la chorracomedia de picores. No suelen ser las chicas las que tienen el problema, las que compran condones torpemente en el supermercado mientras su madre está en la sección de ultramarinos, ni las que acaban dándose puñetazos en la cabeza cuando se pelean con su elasticidad a la hora de acomodarlo a su miembro viril. Al parecer, ellas tienen todo el doble de fácil y hacen la mitad de majaderías. Yo sé que los adolescentes americanos están de la olla porque me lo contaron en 'Porky's', más tarde en 'American Pie' y esta semana en 'Sex Drive'.
Un inadaptado social al que le hacen mobbing hasta en su propia casa encuentra en el chateo subido de tono con desconocidas el único alivio para sus problemas. Y como si de una reencarnación del Michael Douglas de 'Un día de furia' —pero sin el pelo de pincho, ni la mala leche, ni la escopeta— se tratara, decide recorrer medio país en coche para encontrarse con su sugerente ciberamiga para convertirse por fin un hombre, vía intercambio de fluidos.
Así que tenemos la road movie servida. Al coche se le tiene que romper alguna tripa, si no no sería una road movie, con lo que la galería de personajes secundarios comienza a hacer acto de presencia con irregular gracia (destaca Seth Green como amish), si bien hay que admitir que es un sarcasmo meritorio el que suele destilar el libreto de Sean Anders y John Morris. Por momentos, esta pequeña comedia descarada hace que pensemos en una revisitación del espíritu de 'La cosa más dulce', excelencia a la que por supuesto nunca llega, pero que supone el piropo más grande que se me ocurre ahora mismo.
Valoración: 6/10
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