José Maria Pou se despoja de un personaje y se calza otro nuevo. Es el constante morir y renacer del actor teatral. Lo que perdura, el chasis, que, cascado de tanta caña, se apodera de automatismos de manera involuntaria como si siempre hubieran estado allí. Acertada la elección de Pou como vaca sagrada de la escena, pues tiene discurso propio, y acertado el personaje en que se mimetiza, Orson Welles.
Quien más y quien menos está familiarizado con los dos, y por ello es emocionante acudir a la metamorfosis. La memorización, ese cruel y monótono ritual que atormentó al más pintado en la escuela, es desdramatizada aquí y considerada como un juego divertido en manos del intérprete. Nos cuenta cosas que ya imaginábamos, pero desde muy dentro.
La cámara de Elisabet Cabeza y Esteve Riambau no molesta y asiste silente a la evolución creativa. El montaje, cronológico y respetuoso con el proceso, a veces corre el riesgo de caer en la monotonía, sobre todo en ciertas repeticiones de fragmentos de la obra en gestación, pero lo poco creado específicamente para la elaboración de este documento —esto es, la entrevista exclusiva al actor—, hace que el conjunto adquiera una categoría de imprescindible para cualquiera que decida dedicar su vida a la farándula.
Valoración: 6/10
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