12 nov 2009

2012 (Roland Emmerich, 2009)


No se debe confundir todo el cine de catástrofes. Hay que establecer límites nítidos entre lo que es el ansia por romper cosas con el único fin de demostrar al resto de la industria que quien lleva el timón escupe más lejos que nadie —esto es, meter la mayor cantidad de croma y fuegos artificiales posibles por minuto—; y la vocación de que los incendios, colisiones de meteoritos y demás contrariedades cósmicas salpimenten un drama (o comedia) humano para alzar al conjunto como un espectáculo palomitero no vergonzante. No es pecado. Se puede. Incluso, a veces, cuando la densidad de Bergman y del cine sudamericano de fronteras nos ponen al filo del abismo, se debe.

El primer párrafo es una analogía velada a la diferencia existente entre las filmografías y aspiraciones contrapuestas del los dos capos del género. A la primera clase pertenece Michael Bay, que encuadra casi siempre en contexto cómico interminables y confusas explosiones. El ruido es patente en todo lo que firma y produce dolor de cabeza. No confía en sí mismo para escribir y últimamente se ha encomendado a los amiguetes de J.J. Abrams, Orci y Kurtzman. Pese a ello 'Transformers 2' ha sido uno de los mayores bluffs artísticos del año (y de pasta en nuestro imprevisible país). Lo único que en ella funciona son las parodias que llevan a cabo los padres de LeBeouf al comienzo de la cinta, humanismo que acaba por importarle tres puñetas a Bay, más empeñado en pintar a Megan Fox como una subnormal integral que en empatizar con la pobre audiencia.

Y luego está Roland Emmerich, alemán de Stuttgart instalado en el ecuador de la cincuentena, guionista a veces, y adoptado por los estadounidenses para insuflar músculo intelectual a los descacharramientos masivos que nos asolan en verano. Debo aclarar que no soy fan de 'Independence Day' ni de 'Godzilla'. Su intento de hacer verosímil la invasión de los marcianos o de un reptil enorme en la ciudad de Nueva York no me parecen tentativas plausibles, no son catástrofes con las que empatizar porque nos pillan muy lejos. La fantasía no se deja adoptar porque se antoja demasiado fantasmagórica. En ellas usaba cierta comedia, si bien, como en el caso de Bay, tampoco la suficiente.

Pero lleva cambiando de registro de un tiempo a esta parte. Su gravedad se ha visto incrementada en la misma proporción geométrica que su interés por las crisis ambientales, calentamientos globales y demás tragedias ecológicas definitivas que sí tienen su apoyo en los periódicos y debates televisivos apocalípticos llevados a cabo por científicos de coronilla despejada. No las padeceremos quizá nosotros, pero, con gran probabilidad, les tocará a nuestros nietos, firmes candidatos a desarrollar branquias. Como muchos sostienen desde hace tiempo, el mundo se va a putoacabar.

Atendiendo a lo estrictamente cinematográfico quiero dejar bien sentado que la nueva entrega armaggedoniana de Emmerich es una película sólida, bien dirigida y perfectamente apoyada en su capital humano, el cual es capaz de dibujar por sí mismo una historia plenamente funcional aunque prescindiera del confeti explosivo. John Cusack, incluso más desganado de lo habitual, es todo un lujo en cualquier blockbuster, y Amanda Peet, pese a mostrar la complejidad emocional de un brick de leche desnatada, lloriquea con la inmensa y blanca dulzura que cien plañideras primadas. Por ahí la cosa no hace aguas. Además, las alusiones bíblicas al Arca de Noé, la inoperancia y egoísmo de (casi toda) la clase política, la entendible preservación de la historia cultural viva y la solidadaridad interracial hacen que el encefalograma plano de partida surfee las olas de la erudición relativa.

Cabe una duda razonable, y es la de que Emmerich esté contando toda la verdad, que tenga información privilegiada y sepa que efectivamente el planeta va implosionar dentro de un par de años como ya predijeran los mayas hace centurias. Puede que su cachivache dirigido a las grandes audiencias no sea sino una descomunal pantalla de humo destinada a hacernos creer: "Si le han dejado emitirlo, seguro que no puede ser". Cabrones de productores y políticos, han jugado con nuestra psicología inversa.



Valoración: 7/10

Estreno: 13 de noviembre de 2009

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