Clint Eastwood se apunta al cine deportivo. Hipoteca el drama político que contenía la novela de John Carlin sobre la ascensión de Mandela al poder en pos de una película de rugby y a medio metraje crees que al abuelo se le ha ido la olla porque se ha cerrado posibilidades.
Más tarde, ves que Harry sabe más por viejo que por diablo y que sólo ha querido divertirse, que le parece absurdo reivindicar al premio Nobel porque no necesita de una película, por muy de Clint que sea, para agrandar su figura.
Momentos como el himno de Sudáfrica entonado con nervio por los Springboks, o el pasaje en que Damon encoragina a su equipo cuando a punto están de perder el partido de sus vidas con un "Es el partido de nuestras vidas" resultan obvios, pero igualmente efectivos. Los trucos, los clichés, lo son porque siempre resultan, y si hay un maestro al timón, no rechinan.
Todos sabemos desde el comienzo hacia dónde va Clint, qué es lo que se propone. Más de la mitad de la concurrencia conoce el fresultado final del partido antes de entrar en la sala por muy despistado que estuviera de la ESPN en los 90, pero el director, abonado a un hipertrófico Matt Damon (haciendo de capitan Francois Pienaar) llega a los créditos finales ataviado con laureles.
Le ayuda la música tribal, el inicialmente discorde blanco contra negro que acaba cristalizando en precioso café con leche y la emoción de unos hechos certeramente filmados que sólo podían llegar a buen fin por el conmovedor trozo de historia que supuso aquel capítulo concreto de la refundación de Sudáfrica.
Más tarde, ves que Harry sabe más por viejo que por diablo y que sólo ha querido divertirse, que le parece absurdo reivindicar al premio Nobel porque no necesita de una película, por muy de Clint que sea, para agrandar su figura.
Momentos como el himno de Sudáfrica entonado con nervio por los Springboks, o el pasaje en que Damon encoragina a su equipo cuando a punto están de perder el partido de sus vidas con un "Es el partido de nuestras vidas" resultan obvios, pero igualmente efectivos. Los trucos, los clichés, lo son porque siempre resultan, y si hay un maestro al timón, no rechinan.
Todos sabemos desde el comienzo hacia dónde va Clint, qué es lo que se propone. Más de la mitad de la concurrencia conoce el fresultado final del partido antes de entrar en la sala por muy despistado que estuviera de la ESPN en los 90, pero el director, abonado a un hipertrófico Matt Damon (haciendo de capitan Francois Pienaar) llega a los créditos finales ataviado con laureles.
Le ayuda la música tribal, el inicialmente discorde blanco contra negro que acaba cristalizando en precioso café con leche y la emoción de unos hechos certeramente filmados que sólo podían llegar a buen fin por el conmovedor trozo de historia que supuso aquel capítulo concreto de la refundación de Sudáfrica.
PD. Iba a ser el papel de la vida de Freeman, pero finalmente no tienen líneas donde lucirse. Y curiosamente, la película no adolece de ello.
Tráiler de 'Invictus'.
Valoración: 8/10Estreno: 29 de enero de 2010
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