24 sept 2010

En todos los países sabemos hacer cine iraní


Hay un Celebrity de 'Muchachada Nui' dedicado a Lars Von Trier en el que Joaquín Reyes critica el modelo creativo del director danés inventándose un argumento para una posible película futura suya. A saber: “Es la historia de una niña huérfana que vive con su yayo, el cual es devorado por uno oso panda. Después hay un fundido a negro y el resto de la cinta consiste en tres horas de un chorro de agua cayendo gota a gota hasta formar un charco a ritmo: Chop-chop-chop… chop”. O casi.

Lars Von Trier es un director festivalero y, como tal, si bien prefiere que sus películas sean vistas por la mayor cantidad de gente posible, de no seducir finalmente a las grandes audiencias, su trabajo ya está hecho cuando los 1.500 críticos acreditados en un festival como el de San Sebastián opinan a la salida de su proyección, sin despojarse aún de sus gafas de pasta, que la gota serena es todo un hallazgo dinamitador de la sintaxis cinematográfica imperante hasta la fecha y que 'Yayo Panda' es la película más importante de los últimos 17 años y medio.

No ha habido planteamientos tan desquiciados durante la celebración del festival donostiarra que pronto tocará a su fin, pero si cuatro cintas a concurso que han conseguido que los paladares menos selectos se hayan revuelto en su butaca desesperados al darse cuenta de que ciertos planteamientos de 85 minutos de reloj pueden convertirse en horripilantes experiencias cercanas a una eternidad en el infierno. No sólo algunos han roncado. Juro que he visto a críticos noveles intentando cortarse la yugular con la acreditación.


'Aita', del director José María Orbe, proyectada ayer al gran y sufrido público, es la historia de una casa en ruinas a la que se desplaza su restaurador, un anciano vasco de discurso roñoso que de vez en cuando se toma un txakolí con el cura local. Durante la hora y media de proyección, los arbitrarios planos descriptivos (casi siempre consistentes en fijar la cámara en un trípode en cualquier esquina del inmueble para atender atónitos al trepidante ascenso de una araña de campo por una pared de ladrillo visto) se ven salpicados por las conversaciones que mantiene el cura del pueblo con el anciano señor. En ocasiones uno pela una patata a tiempo real; en las restantes, el otro pela un corcho ayudado de una navaja pequeña, también a tiempo real. Y cuando ambos comparten plano durante 10 minutos sin decir nada, hay ocasiones en las que casi se pueden adivinar sus pensamientos. Esperas impaciente a que uno de los dos tome la sartén por el mango y se desmarque con un “Pues sí, pues sí”. 

Según Orbe, “la película no tiene dirección artística puesto que nadie alteró la casa ni un ápice”. Además los guiones no fueron escritos, sino cedidos a la creatividad de los protagonistas. “Yo les decía cosas del tipo: ‘Va a llover, hablad del tiempo’”, confesó Orbe sin pudor. Autor. De cualquier modo le falta una pizca de valentía a la propuesta. Hay una escena en la que el señor mayor es enfocado de lado buscando sin éxito una llave inglesa en un armario empotrado. Son seis minutos de frustración que podrían haber dado para una película por sí mismos. Eso sí sería Dogma.


'Amigo' es el título de la cinta del director indie neoyorquino John Sayles y, además, el apodo de un lugareño filipino erigido en cabecilla de una aldea invadida por los estadounidenses durante la guerra que ambos países mantuvieron a finales del siglo XIX. Él es el nexo negociador entre los paisanos y los soldados invasores. Para que se hagan una idea del problema de esta cinta, su naturaleza iraní proviene de la incompatibilidad lingüística que se establece entre agresores y agredidos. Unos se expresan en portugués y los otros en inglés sin enterarse ni papa de lo que dice el otro y, aunque hablan y se responden, la conversación es doblemente unidireccional. "You say potato, I say tomato". 


Y así durante 128 minutos.


'Elisa K' no es la segunda parte de 'Melissa P' ni de 'John Q', sino una de las nacionales a llevarse la Concha de Oro. Rodada en blanco y negro durante 45 minutos y en color durante los 30 últimos para subrayar la fractura entre el pasado y el presente, habla de una violación sufrida por la niña Elisa a los 11 años y olvidada inmediatamente por culpa de una hipnosis traumática. Por si fuera poca la radicalidad de la propuesta, una machacona voz en off explica paso por paso, como si de un libro leído a tiempo real se tratara, cada una de las acciones que llevan a cabo los personajes. Por supuesto, es una película sin final. Ray Loriga explica en su último libro 'Sombrero y Missisissippi' que durante un tiempo los editores del New Yorker publicaron los cuentos que les enviaban pero cercenando el último párrafo para acabar siempre en vértice dramático. Es exactamente el mismo planteamiento que el de cualquier película festivalera. Ni de coña esperen que una sola acabe en beso de amor.


Y, para acabar, tenemos 'La mezquita' (de Daoud Aoulad-Syad), imprescindible dosis de cine marroquí para aportar aroma especiado a cualquier festival de serie A que se precie. La odisea de su protagonista Moha surge cuando intenta derribar una mezquita de pega construida con fines comerciales en su propiedad pero que se ha convertido en objeto de culto para la comunidad vecina. Nada de 'American Pie' o demás chorradas frívolas de ésas en la que la gente se esfuerza por perder la virginidad antes del baile de graduación, sino “una pequeña historia cotidiana narrada con simplicidad y en la que busca provocar emociones a través de los pequeños detalles”, según explicó en la reseñó una compañera en su crónica. Tan pequeña como una pompa de jabón pequeña, que es la materia prima de la que se componen casi todas las películas de San Sebastián 2010.

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Lee el artículo original en GQ.com.

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