3 sept 2010

Thomas Vinterberg: “El Dogma ha muerto y no volverá”


El autor de la justamente encumbrada 'Celebración' presentó en la pasada edición del Festival de Berlín Submarino, la historia de dos hermanos de vidas quebradas que se reencuentran tras muchos años en una Copenhague hostil como pocas veces se la ha retratado.

El danés Thomas Vinterberg contaba con sólo 26 años cuando coescribió junto a Lars Von Trier el manifiesto de castidad fílmica Dogma’95. En él se establecían diez mandamientos con los que forzar una vanguardia cinematográfica escandinava toda vez que la avanzada y democratizante tecnología de mercado permitía rodar una película a cualquiera que tuviera algo de ganas y una cámara digital.

Tres lustros después y sentados frente al enfant terrible, y ojito derecho del iconoclasta Von Trier, cuesta creer que que no hayamos viajado en una máquina del tiempo, pues el sujeto resplandeciente que contestará a nuestras preguntas con la cuarentena ya cumplida luce exactamente igual que cuando saltó a la palestra por vez primera.

Viste de sport y su cabello es escandalosamente abundante, rubio e ingobernable. Piensen en Klaus Kinski; o mejor, en el Dorian Gray de Oscar Wilde, y después amueblen su cabeza con toda una serie de supuestos traumas familiares nunca confirmados. Sólo así se explicarían 'Celebración' (1998), primera obra catalogada del proyecto 'Dogma', o 'Submarino', estreno que nos ocupa y con motivo del cual entrevistamos a este dios nórdico en la pasada Berlinale.

Si obviamos su carrera norteamericana, compuesta por 'It’s All About Love' (2002) (una historia de amor nevado de rareza colosal) y 'Querida Wendy' (2005) (alegato ¿pacifista? con guión del patriarca Lars), dos incatalogables artilugios en tierra de nadie que no satisficieron ni al público yanqui ni a los festivaleros europeos, hemos de ceñirnos a su cine de habla no inglesa para explicar al personaje.

Llegados a tal consenso, el hilo conductor del recorrido muy bien podría ser el personaje de Michael Klingenfeldt, desencadenante del drama hostelero acaecido en Celebración y directo referente del hermano pequeño del protagonista de 'Submarino'.“Ya me han preguntado varias sobre ello y lo cierto es que no son el mismo personaje… pero podrían serlo”, contesta Vinterberg bendiciendo el paralelismo.

La columna vertebral de 'Submarino' la forman dos hermanos herederos de una tragedia adolescente, separados por la vida y reunidos por la muerte de su madre. Nick, el mayor y más fuerte, acaba de salir de la cárcel y remoja sus problemas en alcohol. El menor, cuyo nombre nunca conoceremos, es un padre desastroso adicto a la heroína. Pero la alegría de la huerta no es enteramente culpa de Vinterberg, quien por primera vez se atreve con la adaptación de un libro: “Trabajar sobre una novela no fue ningún problema porque el material en que nos fijamos era muy sólido, pues se hacía eco de hechos reales. En general procuré ser bastante fiel, aunque suavicé ligeramente el final para ofrecer algo más de optimismo. Y creo que ahí mejoré el original”, explica sin modestia.

Acostumbrados como estamos a la imagen de progreso y desarrollo que parece sugerir Copenhague, el director opta por situar su punto de vista bajo la alfombra donde los medios de comunicación esconden la basura: “Una cosa son las estadísticas y otra la vida real. Pero incluso si nos ceñimos a las estadísticas, hay que decir que la gente que vive por debajo del umbral de pobreza está creciendo drásticamente en Dinamarca y que su número no es minoritario, sino sustancial”, denuncia. “Hay que explicar que Escandinavia es algo más aparte de campos de maíz y mujeres bellas”.

Por ello, para atender (sin traicionar) a la realidad de los desheredados de la vida, Vinterberg se encomendó a los sólidos actores Jakob Cedergren y Peter Plaugborg (los hermanos protagonistas), pero les rodeó de extras amateurs: “Una vez elegida la zona de rodaje, cuando los yonquis e indigentes se enteraron de lo que estábamos haciendo, quisieron formar parte del proyecto para ganar algún dinero”.

“Sin embargo, Submarino no es una película basada en la indignación social, sino que cuenta la historia de un bonito reencuentro. Cuando leí el libro, en medio de tanta oscuridad vi la belleza que desprendía la delicada construcción de la relaciones que ambos adultos establecen con el niño”, explica orgulloso el danés.

El nivel de truculencia manejado sitúa a 'Submarino' en el cajón del cine social, una catalogación que desafía frontalmente la adscripción al movimiento Dogma, de la que, de cualquier modo, Vinterberg ya se evadió tras Celebración al introducir en sus creaciones elementos no estrictamente naturalistas: “Está claro que el Dogma ya es historia. Cuando nació, supuso una revuelta que tenía como fin crear una imagen marca y dio lugar a un periodo muy fuerte de nuestro cine, lleno de autoconfianza. Pero ya se ha ido”.

No son palabras pesimistas sino que sugieren reto e inminente autosuperación. Además, el director matiza: “Para que sea especial, el éxito no puede continuar ni repetirse, por lo que hay que seguir buscando siempre, lo cual es muy excitante”. En una época en la que el cine escandinavo es más conocido por la vertiente noruega, con sus adaptaciones y readaptaciones de la bibliografía de Stieg Larsson y por los conmovedores vampiros adolescentes de 'Déjame entrar' (Tomas Alfredson, 2008), la vecina Dinamarca se halla poco menos que en un pozo creativo. “Nos encontramos en un punto más vulnerable que hace diez años, pero también muy interesante. Creo que no hay nada que se esté moviendo ahora, pero espero que pronto haya algo que posibilite el que la gente vuelva a unir las manos”, afirma.

Vinterberg cuenta hoy con apenas la misma edad que tenía su mentor Von Trier cuando decidió apostar por él. Desde entonces ha dado tiempo a que se creara y muriera una vanguardia. Que algo semejante se repita en el tiempo sólo depende del azar, porque la materia prima está ahí y tiene el cabello rubio, alborotado e ingobernable. Como Dorian Gray.

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