La francesa Mi hijo, del realizador Martial Fougeron y la iraní Half moon, dirigida por Bahman Ghobadi, fueron merecedoras ex-aqueo de la Concha de Oro en la edición número 54 del Festival de San Sebastián, celebrado entre el 21 y el 30 y reconocido unánimemente como una de las mejores de los últimos años. Sólo en los tres primeros días se mostraron varias perlas, que han hecho que la opinión internacional haya consolidado la fiesta del cine donostiarra como una alternativa pujante a los todopoderosos Cannes y Venecia.
La sección oficial quedó inaugurada con la proyección de Ghosts, película de nacionalidad británica que narra las desventuras de una inmigrante ilegal china en el Reino Unido protagonizada por actores no profesionales que, si bien no maravilló, por lo menos dejó un regusto satisfactorio por su corrección formal aderezada con cierta dosis de compromiso social, resultando a la postre una plataforma de lanzamiento para filmes ciertamente más estimulantes.
Hubo que esperar hasta la segunda jornada para ver la nueva obra de Víctor García León, que habla de las crisis domésticas de hoy en día centrándose en la tardía escisión de los hijos de la célula familiar y del choque generacional paternofilial con gran corrosión y cinismo. Favorita por parte de la crítica para alguno de los grandes premios, fue merecedora del galardón en la categoría de mejor interpretación masculina, que recayó en Juan Diego.
Fue un premio al que también optaba Brendan Glesson, cuya creación en la comedia irlandesa La cola del tigre -caricatura amarga de Los gemelos golpean dos veces-, es sobresaliente. El dublinés interpreta a dos hermanos gemelos de carácter radicalmente antagónico enfrentados por el dinero. Si bien la película defraudó a los seguidores de su director, John Boorman, se vio agradablemente y provocó sonoras carcajadas en el pase de prensa.
Más indiscutible fue la condecoración a la mejor intérprete Nathalie Baye, que, en la Concha de Oro Mi hijo, compone una madre desequilibrada y reaccionaria que obliga a su hijo a que le rinda pleitesía diaria, ejerciendo una presión tan descomunal sobre él que le destroza la vida por completo. Tal es el nivel de tensión que provoca en el público que, cuando su anulado marido le propina un sonoro bofetón mediado del metraje, la concurrencia aplaudió a rabiar, no en una manifestación apologética de violencia sino como guiño a la justicia poética.
Dentro todavía del palmarés oficial, destacar el doble reconocimiento a la última perpetración de Tom DiCillo, que acaparó los premios a la mejor dirección y al mejor guión por Delirious, film convencional y nada brillante donde un vagabundo se enamora de una cantante clónica de Britney Spears que le corresponde excéntricamente. Lo único destacable en una película que ya no conserva el pulso fresco de la trayectoria inicial de DiCillo, adalid de la independencia de los primeros 90, es la actuación del gran Steve Buscemi, que repite su papel eterno de paria marginado de la sociedad con su efectividad habitual. Tanto reconocimiento para esta obra menor, que desprende un acusado tufillo comercial, hizo sospechar a más de un malpensado que la amistad que une a DiCillo con la directora y miembro del jurado Sara Driver proporcionó a Delirious una cosecha demasiado pingüe.
Colorista Zabaltegui
En la más relajada y lúdica sección Zabaltegui que, como cada año, contó con lo más destacado de otros festivales, acapararon elogios las interesantes Babel, Hijos de los hombres, Emma la afortunada y The sensation of sight, entre otras.
Babel, obra que cierra la apocalíptica trilogía sobre el sufrimiento humano de Alejandro González Iñárritu, es un poético aunque demasiado ambicioso ensayo acerca de cómo todos, cual átomos dentro de una molécula, estamos interconectados.
El mexicano ha intentado mezclar una peli de Brad Pitt, con una de Michael Winterbottom, en su faceta más afgana, y con una miajita de Wong Kar Wai. El resultado es de una factura irreprochable, pero condensa una intensidad dramática tan apabullante que resulta agotadora de ver. Siguiendo la máxima de Billy Wilder, que filmaba comedias cuando estaba triste y dramas cuando se sentía feliz, Iñárritu, que se muestra en esta ocasión igual de pesimista y decadente que en Amores perros y 21 gramos, debe ser el ser humano más alegre y lozano de este mundo.
Hijos de los hombres, o lo que es lo mismo, el escritor de Blade Runner interpretado por el director de Y tu mamá también, muestra un futuro en el que los niños se han extinguido, interesantísima premisa ejecutada con solvencia e intriga, pero carente de un desarrollo de los personajes lo suficientemente rico como para dar el salto de calidad que la hubiera convertido en una de las obras referenciales del género.
En palabras de su director Alfonso Cuarón, Hijos de los hombres puede enmarcarse en una virtual trilogía junto con las últimas obras de sus paisanos Alejandro Iñárritu y Guillermo del Toro para conformar un fresco sobre el desolador presente y futuro que nos esperan, aunque eso sí, siempre aportando un “punto de vista esperanzador”.
La rareza que provocó la desbandada de un cuarto de la asistencia de pago se llama The sensation of sight, extraño y apasionante experimento cinematográfico cargado de ínfulas metafísicas y apasionante a nivel visual y evocativo. La pregunta del “por qué del por qué” que plantea no obtiene respuesta satisfactoria en su metraje pero está narrada con el pulso de un genio novel, Aaron J. Wiederspahn.
También se colocaron entre las favoritas del público la alemana Emma la afortunada, la francesa Fair play, y la británica Cashback, estas dos últimas reconocidas por el Jurado Joven.
Puede que muchas de las citadas no lleguen a estrenarse en las salas patrias. De hecho, Algo parecido a la felicidad, ganadora del premio gordo el año pasado se ha estrenado en España más de 330 días después, pero para eso están los festivales. El que quiera peces...
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