2 dic 2006

Babel (Alejandro González Iñárritu, 2006)


Cuando todo el mundo daba por hecho que Volver de Pedro Almodóvar se llevaría el premio gordo en la pasada edición del festival de Cannes para así empezar una gloriosa gira de éxitos, las previsiones de la crítica de nuestro país se volvieron pesimistas. La culpa fue de este drama extremo multicultural, Babel. Si la fábula de Almodóvar fue acogida como una bella historia sobre las mujeres, la vida y la muerte en la Castilla profunda, localista en extremo pues, la propuesta Alejandro González-Iñárritu no podía ser más distinta en cuanto a enjundia. Para empezar, habla sobre la conexión que une a todos los habitantes de este planeta, al modo de la serie Heroes (qué golosa para los guionistas la idea de que todos los humanos seamos partículas que nos necesitamos los unos a los otros para conformar ese gran átomo que es La Tierra), lo que convierte su campo de juego en uno de muchas más yardas que el de ¡Pedrooooooo! Finalmente, para quien no sepa el desenlace de su competencia en Cannes, decir que ninguna de las dos se llevó el gato al agua en la categoría de mejor película pero se consolaron con una suculenta pedrea.

Brad Pitt y Cate Blanchett son un matrimonio en horas bajas debido a la pérdida de uno de sus hijos, de modo que viajan hasta Marruecos para echar pelillos a la mar. Allí se encuentran con una pesadilla en forma de bala disparada por la escopeta de un pastor de la zona a quien se la obsequió un empresario japonés, también turista en África tiempo atrás.

Si al hecho de que mientras la glamourosa, aunque menos que nunca, pareja hollywoodiense se recupera de las consecuencias del accidente, los dos hijos restantes de ambos atraviesan la frontera mexicana instados por su babysitter ilegal y que han de volver a casa de madrugada en el coche de un joven borracho, la acción afecta a cuatro continentes.

Babel, una película en la que la barrera idiomática es el santo y seña, habla de la incomunicación, pero no sólo fundada en el lenguaje, sino también en los bloqueos emocionales que hacen que por más que gritemos no se nos oiga nada. Así pues, apoyado nuevamente en un guión de Guillermo Arriaga y en la música incidental del oscarizado por Brokeback Mountain Gustavo Santaolalla, González Iñárritu consigue una buena cantidad de vértices dramáticos que estremecen por su verosimilitud interpretativa (el Oscar para Brad Pitt al mejor actor secundario está cantado) y por la orfandad con que los seres humanos que marionetiza se enfrentan al dolor. Frente a este sufrimiento, la solución del director mexicano no pasa por el estoicismo sino por la lucha diligente, por el coraje y por el derribar barreras artificiales que convierten la difícil aventura que es la vida en algo aún más complicado.

Aquel espectador que, perplejo en la taquilla de una multisala, no sepa qué elegir para degustar la mayor cantidad posible de sabores cinematográficos, que se decida por Babel, donde al realizador mexicano le ha salido una amalgama donde convergen una peli de Brad Pitt, una de Michael Winterbottom en su faceta más afgana, y una dosis de Wong Kar Wai.

El resultado es de una factura irreprochable, pero condensa una intensidad dramática tan apabullante que resulta agotadora de ver. Siguiendo la máxima de Billy Wilder, que filmaba comedias cuando estaba triste y dramas cuando se sentía feliz, Iñárritu, que se muestra en esta ocasión igual de pesimista y decadente que en Amores perros y 21 gramos, debe ser el ser humano más alegre y lozano de este mundo.

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