27 sept 2006

Click (Frank Coraci, 2006)


La idea es buena: la vida como un DVD. Adam Sandler es Michael Newman, un arquitecto casado con su trabajo que descuida a su verdadera esposa y a sus hijos para conseguir lo más rápidamente un ascenso que le permita disfrutar de una vez por todas de ellos. Como la pescadilla que se muerde la cola. Un día, por accidente, se hace con un mando a distancia universal de mágicas propiedades que le posibilita ir hacia delante, hacia detrás, o pausa, en la vida, a su conveniencia. La moraleja está lista para que Sandler batee. Existe un riesgo en jugar con el tiempo, en perdernos cosas, sin las cuales no aprendemos ni crecemos, convirtiéndonos, consecuentemente, en peores personas. "Cuidado con lo que deseas" es una frase hecha que viene al caso para etiquetar a un argumento sencillo a la par que políticamente correcto.

Lo malo de todo esto es que se ha intentado mezclar Nocilla con aceitunas, buenas las dos, pero cada una en su contexto. Una película que parece escrita para Robin Williams, pero protagonizada por el deslenguado Sandler, quien es capaz de hacer de la mueca y el insulto dos de las bellas artes. Click dibuja una trama que Frank Capra habría firmado si en los años 30 hubiesen existido los telemandos, una analogía nada arriesgada, pues existen ciertas similitudes con ¡Qué bello es vivir!, obra cumbre de obligada revisión navideña que el italoamericano rodó en 1946.

Por eso la mezcla se corta, porque hay un error de casting a pesar de la peligrosa tendencia reciente de Sandler de renegar de sus incendiarios comienzos. Su sueldo de más de 20 millones de dólares, que le convierte en la estrella mejor pagada de Hollywood, le viene encorsetando desde que los estudios se empeñaron en hacer de él el nuevo Tom Hanks.

En la retaguardia, Christopher Walken hace su particular interpretación de Clarence, el fantasma de las navidades pasadas de Capra, pero, al contrario que aquél, no busca sus alas para poder volver al cielo, sólo pasa el rato. Sobreactuado y todo, resulta un compañero de pantalla más ameno que la británica pizpireta Kate Beckinsale, de quien los productores deben pensar que vale lo mismo para exterminar a una jauría de hombres lobo (Underworld) que para ser un efectivo aunque soso florero consorte del protagonista. Está más guapa que nunca, sí, pero tan poca chicha tienen sus diálogos que queda desaprovechadísima.

Con ellos dos y con los cómicos David Hasselhoff (Los vigilantes de la playa) y Jennifer Coolidge (American pie) se completa un elenco en el cual, aparte de un irreconocible y no acreditado Rob Schneider, que presta su piel a un marajá de nombre impronunciable, no figura ninguno los componentes de la troupe sandleriana. Humoristas como Steve Buscemi, Peter Dante o Allen Covert que han sido un constante contrapunto surrealista en el cine de este norteamericano que, como Jim Carrey, conforma, aunque cada vez menos, un género en sí mismo.

Al contrario de lo que hasta ahora sucedía con su cine, quienes sean seguidores suyos se decepcionarán y viceversa. La universalización te hace renunciar a las pequeñas idiosincrasias que te convierten en un genio para unos y un paria para los demás, obteniendo como resultado un híbrido complaciente con la masa pero creativamente fallido.

En cuanto al desarrollo dramático, la trampa se aprecia desde el principio y lo que debería ser una ficción que supusiera miedo y aprensión torna en una realidad paralela desquiciada que sirve exclusivamente para que el turbado arquitecto de buen corazón despliegue su torrente gestual, que no verbal, pues su aportación natural está sesgada al no haber participado en la elaboración del guión. ¿Dónde está el Sandler chabacano y pendenciero de Un papá genial y de Happy Gilmore? Que nos lo devuelvan, por favor.

No hay comentarios: