Casi todo lo que sale de la pluma de Arriaga es extremo. En este caso, una novela. Y de tan pingües beneficios artísticos han hecho acopio todos sus manuscritos, que alguien pensó que esta narración, El búfalo de la noche, sería un buen guión. La suciedad, el sudor, la pasión y la traición de la obra original están bien plasmadas en su traslación fílmica por Hernández Aldana, lo que pasa es que la historia no es tan brillante como Amores perros y el resto de la camada porque en esta ocasión parace que la propuesta de Arriaga es la del dolor por el dolor.
Gregorio es esquizofrénico y le internan. Su amigo del alma, Manuel (Diego Luna), aprovecha la situación para demostrarle lo buen compadre que es chingándose a su novia de modo que no sufra en soledad. Turbia, pues, la trama. Luego se mete entre medias la hermana del perturbado, que también se lleva sus arrimoncitos de parte del hiperactivo luna. Sangre, sudor y lágrimas, como es ya marca de la casa. En esta ocasión se suman instintos homicidas y autolesivos. No me imagino, de verdad a Arriaga escribiendo comedia soft.
Omar Rodríguez-López hereda la batuta de Gustavo Santaolalla, poniendo siempre un ojo en su estridencia atmosférica, que desprende un hedor hermético y podrido. El montaje tiene una estructura calcada a la esquizofrenia de Iñárritu, cuya sombra se cierne sobre todo lo que huele a caos en México.
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