El revisionista cinéfago José Luis Garci dijo en una ocasión que amaba más a ciertas películas que a muchos de sus familiares. Este disfuncional, intoxicante y asocial punto de vista se plantea El ciclo Dreyer, que tuvo una tibia, por no decir pataleante acogida en la última edición de la Seminci vallisoletana. No es extraño el cierto rechazo que experimentó a tenor de la arriesgada propuesta de su intermitente director Álvaro del Amo (tres películas en los últimos veintiséis años). El suyo ha sido, en esta ocasión, un acercamiento a los últimos estertores de la España franquista tomando como marco un cineclub dedicado al realizador Carl Theodor Dreyer.
El organizador del evento es un estudiante de Derecho, Carlos (Pablo Rivero, Cuéntame, La noche del hermano), que mantiene una relación virginal, anodina y mediocre con Elena (Elena Ballesteros, Periodistas, Motivos personales, Paco y Veva), su novia de toda la vida. La semilla del conflicto surge cuando un sacerdote amigo de la familia de la joven se aloja en casa de ésta en los días previos a su partida a una misión camerunesa. Sin sordidez alguna se retrata la atracción de Elena por el religioso, que llega a dudar de su entrega como siervo de Dios. Por otra parte, la proyeccionista del ciclo (prometedora Ruth Díaz) se siente irremediablemente cautivada por el cándido Carlos. El conflicto está servido.
Este ejercicio de metacine pasional se salpica de continuos paralelismos explícitos entre el drama romántico principal y la obra del cineasta danés homenajeado, pecando en ocasiones de cierta enfatización innecesaria. No obstante, no es lo peor de una cinta que tiene su punto débil en el descuido del elenco de secundarios en los que se apoya la acción en un par de vértices climáticos. Las sesiones de cinefórum, que pretenden ser una discursiva puerta al exterior de los sentimientos de los cuatro personajes principales, se apoyan demasiado en los contrapuntos de estos extras con frase que arrojan conatos de reflexiones profundas, las cuales hacen adolecer al conjunto de una imagen casposa y descuidada.
Pero no hay que menospreciar a un producto valiente en su concepción que se rige absolutamente por un guión decididamente literario que sirve de instrumento a la retórica del amor. Presuponiendo que la sociedad en la que vivimos en la actualidad se fundamenta, a veces frívolamente, en un mercado del sexo inmediato, Del Amo opta por verbalizar inseguridades, anhelos y promesas al estilo de la catódica Dawson crece. Los diálogos anacrónicos a la vista de un espectador del siglo XXI requieren cierta dosis de condescendencia por la valentía de su teatral diseño.
Como en la serie de Kevin Williamson, la falta de certezas con respecto a los recovecos del corazón merma a los protagonistas a la hora de tomar decisiones, lo que les resta reflejos para prever el incierto futuro que les espera. Su estulticia emocional se explica por la opresión ejercida por una sociedad tradicionalista, castrante y regida por la dictadura del qué dirán que acaba por intoxicar los bajos instinto de todos ellos.
El organizador del evento es un estudiante de Derecho, Carlos (Pablo Rivero, Cuéntame, La noche del hermano), que mantiene una relación virginal, anodina y mediocre con Elena (Elena Ballesteros, Periodistas, Motivos personales, Paco y Veva), su novia de toda la vida. La semilla del conflicto surge cuando un sacerdote amigo de la familia de la joven se aloja en casa de ésta en los días previos a su partida a una misión camerunesa. Sin sordidez alguna se retrata la atracción de Elena por el religioso, que llega a dudar de su entrega como siervo de Dios. Por otra parte, la proyeccionista del ciclo (prometedora Ruth Díaz) se siente irremediablemente cautivada por el cándido Carlos. El conflicto está servido.
Este ejercicio de metacine pasional se salpica de continuos paralelismos explícitos entre el drama romántico principal y la obra del cineasta danés homenajeado, pecando en ocasiones de cierta enfatización innecesaria. No obstante, no es lo peor de una cinta que tiene su punto débil en el descuido del elenco de secundarios en los que se apoya la acción en un par de vértices climáticos. Las sesiones de cinefórum, que pretenden ser una discursiva puerta al exterior de los sentimientos de los cuatro personajes principales, se apoyan demasiado en los contrapuntos de estos extras con frase que arrojan conatos de reflexiones profundas, las cuales hacen adolecer al conjunto de una imagen casposa y descuidada.
Pero no hay que menospreciar a un producto valiente en su concepción que se rige absolutamente por un guión decididamente literario que sirve de instrumento a la retórica del amor. Presuponiendo que la sociedad en la que vivimos en la actualidad se fundamenta, a veces frívolamente, en un mercado del sexo inmediato, Del Amo opta por verbalizar inseguridades, anhelos y promesas al estilo de la catódica Dawson crece. Los diálogos anacrónicos a la vista de un espectador del siglo XXI requieren cierta dosis de condescendencia por la valentía de su teatral diseño.
Como en la serie de Kevin Williamson, la falta de certezas con respecto a los recovecos del corazón merma a los protagonistas a la hora de tomar decisiones, lo que les resta reflejos para prever el incierto futuro que les espera. Su estulticia emocional se explica por la opresión ejercida por una sociedad tradicionalista, castrante y regida por la dictadura del qué dirán que acaba por intoxicar los bajos instinto de todos ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario