9 jun 2008

El increíble Hulk (Hulk 2) (Louis Leterrier, 2008)


La primera parte firmada por Ang Lee fue destacada por muchos como la más honda adaptación de un cómic Marvel. A mí, sinceramente, me pareció aburrida. Tanto como la épica historia de vaqueros cariñosos que rodara el chino dos años más tarde. Los miembros del equipo tampoco debieron divertirse mucho, pues nadie repite, con lo que se demuestra que los críticos no tenemos la más mínima idea de nada. Para este Increíble Hulk, Eric Bana muta en Edward Norton y Jennifer Connelly en Liv Tyler. El primer recambio, un regalo. El segundo, un poco desilusionante a priori, pero sin ninguna secuela una vez visto el filme. Reivindico a la hija de Steve como una de las presencias más estimulantes de todo Hollywood. Siempre con papeles del tres al cuarto y siempre ofreciendo un plus de encanto, luminosidad y belleza sin fisura. Como cuando a Zidane le tiraban un melón y devolvía un trallazo por la escuadra. Ding dong, Copa de Europa. Ah, y Leterrier (Transporter) por Lee. Daba miedo, sí, pero ni se nota.

Norton vive recluido en Brasil. Se oculta del gobierno que hizo de él un arma de destrucción masiva para no convertirse en su conejillo de indias y para no permitir que cultiven, modo piscifactoría, a otros desgraciados como él. Corre corre que te pillo. Ágil, dinámico, irreprochable en lo referente a los efectos. Aquí el monstruo verde no parece un holograma porque seis años de progreso ayudan a esas cosas. Los protagonistas elegidos para arropar a los tortolitos fugitivos son de enjundia como últimamente en el universo cómic. El equivalente al Jeff Bridges de Iron Man es aquí William Hurt. Y el de Terrence Howard, Tim Blake Nelson, actores de prestigio que se apuntan a esta pirotecnia para no tener que preocuparse de la letra del piso en un buen puñado de meses.

No hay, a simple vista, nada que se pueda reprochar a este nuevo Hulk. Funciona como comedia romántica y, como siempre, Norton dibuja una cotidianeidad que raya a un nivel desconocido por la mayoría. Hay gran duelo final, quizá algo largo, eso sí, y la adrenalina buscada acaba salpicando a cada uno de los habitantes del patio de butacas. Lo único que me queda en el tintero, lo que no puedo dejar de reivindicar son todas esas víctimas colaterales de las que nadie se acuerda. Nos preocupamos por la cabeza de cartel, porque lleguen de una pieza al minuto 115 y se acaben queriendo. Nos gusta que sus amigos y vecinos sobrevivan para que los protagonistas no se traumaticen. Pero en quien de verdad nadie repara es en todos esos extras que son utilizados por La Masa como arma arrojadiza. Ellos también son personas. Un minuto de silencio por la salvación de sus almas.

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