24 jun 2008

Jack and Jill vs. the world (Vanessa Parise, 2008)


Recuerdo que cuando hace nueve años se estrenó aquella parodia del Pigmalión llamada Alguien como tú, los carteles del metro madrileños rezaban promocionalmente "¿Conoces a alguien más guapo que Freddie Prinze Jr.?". La tal frase no consiguió que el efectivamente apuesto chaval se convirtiera en el galán global que se pretendía y ha vagado durante todos estos años por películas de dudosa calidad. Ahora, con 15 kilos, más nos llega lleno de tics, parece un Keanu Reeves de saldo que se ayuda del tabaco en su método interpretativo. Fuma sin piedad en un papel que ha servir de apología contra ese apestoso elemento.

Su compañera, Taryn Manning, dueña de una extensa (cinco estrenos previstos para 2008 y cuatro, de momento, para 2009) y desconocida carrera en relativo poco tiempo, le da la réplica. No es la dueña de un perfecto cutis, es bajita y tiene un cuerpo insignificante. Su sonrisa es difícil de asimilar y su pelo demasiado amarillo. Él, como dijimos, es un ceporro en horas bajas. Con todo y con eso, extrañamente funcionan juntos.

Vanessa Parise, directora dueña de una indeterminada edad entre la treintena y la cuarentena (en su MySpace figura como centenaria y en iMDB, no figuran sus años directamente), es una chica renacentista. Dirige, escribe e interpreta (no mal, por cierto). Es guapa y cínica, se le nota, y saltó a la palestra hace seis años con su segunda película Puedes besar a la novia, un fresco sobre las tradiciones familiares italianas y sus alambicados rituales de casamiento. He intentado averiguar si aquella película de fotografía tan deficiente, aunque bastante premiada, tenía tintes autobiográficos, pero todas las pistas dan Los Angeles como punto de partida de Vanessa.

Jack and Jill vs. the world, de poético y acertado título, es una parábola de amor y muerte inconclusa. El amor como soplo vital que mueve lo roto en los últimos estertores, una apología del carpe diem a pesar del cronómetro que agobia y constriñe. Los locos, los maravillosos locos, se convierten siempre en el motor de las emociones en un mundo lleno de oficinistas lemmings. El encanto para llenar de alegría la vida del aburrido Jack es desprendido por Jill en cantidades industriales, tan desproporcionadas, que le cambia, ¿cómo si no?, la perspectiva. En ese sentido la película es honesta, pues sin ser innovadora da lo que promete, sin más. Pero da lo que promete.

Antes de llegar al final mil veces visto ya, resulta ejemplar el proceso romántico por el cual se alía la pareja protagonista, marciano y poco traumático como pocos. En ese sentido, el manejo del montaje, con una inteligente estructura elíptica, es ejemplar. Nos enamoramos de estos chicos tan complicados y tan imperfectos a la vez que ellos entre sí.

Quienes sean amantes de las turbulencias al estilo Coixet y Joan Chen -los frikis sabrán de qué les hablo-, tienen aquí a una doctoranda más en temas de angustia. Señoras y señores: Vanessa Parise.

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