Parecía inevitable después de los pingües beneficios de El otro lado de la cama, casi de 12 millones de euros y 3 millones de espectadores, que la secuela -este Los dos lados de la cama- llegara hasta las pantallas españolas más pronto que tarde.
Se repiten los enredos de pareja y lo que hace que esta franquicia tenga un sello propio: la intercalación de canciones en medio de la trama al más puro estilo Sonrisas y lágrimas pero que en vez de hablar de cortinas de colores que se convierten en vestidos van sobre la transición a la madurez.
Guillermo Toledo, Ernesto Alterio, Alberto San Juan y María Esteve retoman los papeles que les hicieron populares y se montan en el carro Verónica Sánchez, Pilar Castro y Lucía Jiménez. La complicidad creada entre muchos de ellos en la entrega anterior así como en Días de fútbol y los diferentes montajes teatrales del grupo Animalario se hacen patentes aquí, pero la fórmula está cercana al agotamiento. Da la sensación de que podrían soltar cualquier guión que se les pusiera por delante, de hecho lo hacen, y conscientes de su propio carisma, resultar efectivos. Pero no hay que engañarse, estos chicos no son Monty Pithon.
La trama presenta otra vez a los dos eternos competidores que han cambiado de pareja con respecto a la primera parte. Javier (Alterio) y Marta (Sánchez) van a casarse y Pedro (Toledo) y Raquel (Jiménez) son novios, pero surgirán complicaciones tan dantescas que ni David Lynch se atrevería a firmarlas. La amoralidad y el todo vale del argumento es tan pretendidamente sorprendente que los giros parecen construidos para poner a prueba la paciencia del espectador. Ciertos temas, nunca antes tratados, bordean la fina línea entre lo arriesgado y lo absurdo.
Alterio y Toledo parecen desganados, Pilar Castro intenta que no se hunda un papel que en principio estaba pensado para Leonor Watling, el personaje de María Esteve es tan plano como en la primera entrega y sólo Alberto San Juan y Lucía Jiménez parecen tomarse esto en serio.
Ahora que el guionista David Serrano se ha convertido en una celebridad y es capaz de hacer cosas tan dispares como pasarse a la dirección en Días de fútbol o redactar el libreto de Hoy no me puedo levantar da la sensación de que cualquier cosa que escriba tendrá la calidad de Chéjov. No caigamos en el papanatismo y no encumbremos falsos ídolos, aunque tampoco hay que rasgarse las vestiduras. Dos o tres carcajadas salen, y con los tiempos que corren no es mala cosa. Lo que es malo es que no sea mala cosa.
Se repiten los enredos de pareja y lo que hace que esta franquicia tenga un sello propio: la intercalación de canciones en medio de la trama al más puro estilo Sonrisas y lágrimas pero que en vez de hablar de cortinas de colores que se convierten en vestidos van sobre la transición a la madurez.
Guillermo Toledo, Ernesto Alterio, Alberto San Juan y María Esteve retoman los papeles que les hicieron populares y se montan en el carro Verónica Sánchez, Pilar Castro y Lucía Jiménez. La complicidad creada entre muchos de ellos en la entrega anterior así como en Días de fútbol y los diferentes montajes teatrales del grupo Animalario se hacen patentes aquí, pero la fórmula está cercana al agotamiento. Da la sensación de que podrían soltar cualquier guión que se les pusiera por delante, de hecho lo hacen, y conscientes de su propio carisma, resultar efectivos. Pero no hay que engañarse, estos chicos no son Monty Pithon.
La trama presenta otra vez a los dos eternos competidores que han cambiado de pareja con respecto a la primera parte. Javier (Alterio) y Marta (Sánchez) van a casarse y Pedro (Toledo) y Raquel (Jiménez) son novios, pero surgirán complicaciones tan dantescas que ni David Lynch se atrevería a firmarlas. La amoralidad y el todo vale del argumento es tan pretendidamente sorprendente que los giros parecen construidos para poner a prueba la paciencia del espectador. Ciertos temas, nunca antes tratados, bordean la fina línea entre lo arriesgado y lo absurdo.
Alterio y Toledo parecen desganados, Pilar Castro intenta que no se hunda un papel que en principio estaba pensado para Leonor Watling, el personaje de María Esteve es tan plano como en la primera entrega y sólo Alberto San Juan y Lucía Jiménez parecen tomarse esto en serio.
Ahora que el guionista David Serrano se ha convertido en una celebridad y es capaz de hacer cosas tan dispares como pasarse a la dirección en Días de fútbol o redactar el libreto de Hoy no me puedo levantar da la sensación de que cualquier cosa que escriba tendrá la calidad de Chéjov. No caigamos en el papanatismo y no encumbremos falsos ídolos, aunque tampoco hay que rasgarse las vestiduras. Dos o tres carcajadas salen, y con los tiempos que corren no es mala cosa. Lo que es malo es que no sea mala cosa.
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