Si nos imagináramos a Aphex Twin, The Cure, Air o New Order confabulándose para conformar la banda sonora de una película, la primera que viene a la cabeza es una en la un grupo de música de garaje americano que, a pesar de los problemas de la desfavorecida clase media – baja a la que pertenecen sus componentes (padres alcohólicos y madres maltratadas se me ocurren como aderezo), logra hacerse con un puesto en el olimpo de la fama. Todo ello sin renunciar a sus principios y conservando a las novias de toda la vida pese a las ingentes tentaciones diabólicas en forma de groupies complacientes y desatadas. No faltaría el malentendido amoroso entre el solista y su chica (capitana del equipo de animadoras de la universidad local que además de ser una deslumbrante belleza, es la primera de su clase), fomentado por el manager trepa que en los últimos diez minutos de metraje sufre una catarsis que le hace desenmarañar todo el embrollo. Fundido en negro. The End. Títulos de crédito dinamizados por "What ever happened?" de The Strokes.
Por ello, choca que la película que cuenta con semejante puñado de estrellas del pop en su partitura no sea el de una cinta independiente llamada, por ejemplo, Rising stars sino un drama de época desarrollado en el otoñal Versalles del siglo XVIII. Biopic oficioso de una de las reinas de francesa más pop de todos los tiempos, controvertido personaje que sufrió en su real cuello las iras dela Revolución.
Kirsten Dunst (Las vírgenes suicidas, Spiderman) da vida a María Antonieta Josefa Juana de Habsburgo-Lorena, herramienta del estado austriaco para conseguir la hermanación con Francia mediante un matrimonio concertado con el pusilánime Luis XVI (Jason Schwartzman, Academia Rushmore).
Después de la inteligente, amarga y perdurable Lost in translation, nadie estaba muy seguro de hacia donde devendría la filmografía de la prometedora hija del padre de El padrino, Francis Ford Coppola. Pues bien, su ojo moderno, que no modernillo, se ha posado en la corte gala en los años previos ala Revolución Francesa prestando especial atención al controvertido personaje que, primero inocentemente y después a golpe de desmanes, fastos e infidelidades, se convirtió en uno de los primeros exponentes del amarillismo histórico, segura carnaza del Tomate si Telecinco hubiera comenzado sus emisiones hace doscientos cincuenta años.
La influencia visual de Spike Jonze (Cómo ser John Malkovich), pareja de Sofia Coppola en los tiempos de Lost in translation, se hace especialmente patente en las escenas descriptivas que muestran la corte como un gran parque temático consagrado al vicio, la perversión y el exceso. El aluvión de colores donde destacan los anacrónicos rosas y celestes hablan de un producto que vocacionalmente claudica en el campo del rigor histórico a favor de una almibarada y efectista tormenta de sensaciones, un soplo de aire fresco en un género hasta ahora sometido a las estrecheces de cineastas como James Ivory.
La carga política o reflexiva resultante no es de la enjundia (tampoco lo buscaba, dice Coppola), presupuesta para una de las herederas al trono de la independencia en el que en el pasado se auparon Robert Altman, John Cassavettes o Quentin Tarantino, pero se siguen apreciando grandes dosis de talento en este divertimento fácilmente consumible, digerible y olvidable. Aún así, sería injusto no destacar la valentía de un vehículo destinado a indagar en el universo femenino y en las complejidades de lo difícil que lo tienen los que cuentan con más facilidades, no como esos rockeros de garaje que esperan a que les llegue la oportunidad de su vida para no tener que seguir cortando el césped del vecino.
Por ello, choca que la película que cuenta con semejante puñado de estrellas del pop en su partitura no sea el de una cinta independiente llamada, por ejemplo, Rising stars sino un drama de época desarrollado en el otoñal Versalles del siglo XVIII. Biopic oficioso de una de las reinas de francesa más pop de todos los tiempos, controvertido personaje que sufrió en su real cuello las iras de
Kirsten Dunst (Las vírgenes suicidas, Spiderman) da vida a María Antonieta Josefa Juana de Habsburgo-Lorena, herramienta del estado austriaco para conseguir la hermanación con Francia mediante un matrimonio concertado con el pusilánime Luis XVI (Jason Schwartzman, Academia Rushmore).
Después de la inteligente, amarga y perdurable Lost in translation, nadie estaba muy seguro de hacia donde devendría la filmografía de la prometedora hija del padre de El padrino, Francis Ford Coppola. Pues bien, su ojo moderno, que no modernillo, se ha posado en la corte gala en los años previos a
La influencia visual de Spike Jonze (Cómo ser John Malkovich), pareja de Sofia Coppola en los tiempos de Lost in translation, se hace especialmente patente en las escenas descriptivas que muestran la corte como un gran parque temático consagrado al vicio, la perversión y el exceso. El aluvión de colores donde destacan los anacrónicos rosas y celestes hablan de un producto que vocacionalmente claudica en el campo del rigor histórico a favor de una almibarada y efectista tormenta de sensaciones, un soplo de aire fresco en un género hasta ahora sometido a las estrecheces de cineastas como James Ivory.
La carga política o reflexiva resultante no es de la enjundia (tampoco lo buscaba, dice Coppola), presupuesta para una de las herederas al trono de la independencia en el que en el pasado se auparon Robert Altman, John Cassavettes o Quentin Tarantino, pero se siguen apreciando grandes dosis de talento en este divertimento fácilmente consumible, digerible y olvidable. Aún así, sería injusto no destacar la valentía de un vehículo destinado a indagar en el universo femenino y en las complejidades de lo difícil que lo tienen los que cuentan con más facilidades, no como esos rockeros de garaje que esperan a que les llegue la oportunidad de su vida para no tener que seguir cortando el césped del vecino.
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