Si en el apartado de guión de los títulos de crédito de 24 aparecieran John LeCarré o John Grisham en vez de Joel Surnow y Robert Cochran, a nadie familiarizado con la serie le debería extrañar porque su estructura de intriga política, que desenmaraña las ramificaciones del poder presidencial norteamericano, da para publicar un libro superventas por cada temporada de la serie. Si a esto se suma un marcado protagonismo del terror internacional que se vive en occidente desde la caída de las Torres Gemelas, se obtiene no sólo un producto de contundencia altamente adrenalínica, sino una herramienta de denuncia del clima de crispación que se vive en la actualidad.
Según el crítico norteamericano Zoller Seitz, "24 es la única serie de la historia de la televisión que Gore Vidal (escritor de ultraizquierda) y John Milius (director de cine ultraderechista) podrían ver juntos". Al primero le satisfarían los estoques propinados a la política republicana y la crítica que hace sobre la falibilidad de los gobiernos autoritarios; al segundo, la mano dura que se aplica a los enemigos de la estabilidad global. La afirmación de Seitz sirve para hablar de la ecuanimidad y poca tendenciosidad de un producto que, alumbrado a principios del presente siglo, revolucionó el concepto de serialidad.
Con tales credenciales, casi se puede pasar de puntillas a la hora de desmenuzar una calidad de escritura y diseño de producción fastuosos, consecuentes con unas tramas de grandísima altura dramática. La revolución en el apartado de montaje sí conviene ser mencionada porque es marca de la casa. Desde su alumbramiento, las claves de 24 dieron un vuelco espectacular al espectro televisivo, y no fue porque lo novedoso de su propuesta haya calado estilísticamente en otras series coetáneas o sucesivas; es que tocó palos que a nadie se le había ocurrido antes que existieran, siquiera. Por si queda algún mortal que no conozca al agente Jack Bauer (Kiefer Sutherland), hay que decir que su vida es tremendamente frenética. Alatristesco (patriota y honorable, pero sin escrúpulos a la hora de conseguir sus objetivos) siempre, en la primera temporada es jefe de operaciones dela UAT (Unidad Anti Terrorista), pero ese cargo va variando dependiendo de las veleidades de unas tramas que habitualmente le obligan a desafiar la norma establecida con las consecuencias disciplinarias correspondientes. El escenario de operaciones es importante (como en la serie Alias), porque supone un ecosistema turbio donde el estrés y las sensaciones a flor de piel hacen que la tensión se convierta en un protagonista más.
El planteamiento de la ficción que protagoniza, y casi monopoliza, Sutherland se basa en veinticuatro horas a tiempo real por temporada; cada capítulo de una hora, sin más elipsis que los 20 minutos preceptivos dedicados a la publicidad. Un reloj casi omnipresente anuncia el lento transcurrir de los minutos cuando la tragedia acecha, y la habitual división de la pantalla (con muy distinta vocación que en las comedias telefónicas de Rock Hudson y de Doris Day) sirve para mostrar los distintos contritos rostros de los personajes que ilustran el desquiciado panorama de turno.
Gracias al tremendo éxito de 24, Sutherland vive actualmente una suerte de edad dorada. Pocas veces se ha visto un protagonismo principal televisivo tan absoluto como el que éste ejerce en un vehículo ideado para su total lucimiento. Cinco nominaciones consecutivas al Emmy (a la quinta fue la vencida) y el Globo de Oro adornan a uno de los personajes mejor matizados de la historia de la televisión reciente. El hijo de Donald, pasto de cine de serie B en las décadas de los 80 y 90 con las honrosas excepciones de Arma joven (Young guns; Christopher Cain, 1988) y Línea mortal (Flatliners; Joel Schumacher, 1990), descubrió en el meridiano de su carrera artística, como tantos otros, que la inteligencia de los guiones de la meca de Hollywood había migrado a las ondas catódicas. Se habían dado cuenta de esto antes Martin Sheen con El ala oeste dela Casa Blanca , Michael J. Fox con Spin city y, una década antes, toda la troupe de David Lynch en la experimental Twin Peaks.
Es el ejemplo fehaciente y emblemático de todos aquellos artistas que en la industria habían conseguido grandes logros y que ven cómo, desplazados por superhéroes, saltimbanquis, secuelas varias o remakes desechables, el mimo por los actores tiene pastos más verdes en el prime time nocturno potenciado por canales comola Fox , la NBC o la HBO.
Según el crítico norteamericano Zoller Seitz, "24 es la única serie de la historia de la televisión que Gore Vidal (escritor de ultraizquierda) y John Milius (director de cine ultraderechista) podrían ver juntos". Al primero le satisfarían los estoques propinados a la política republicana y la crítica que hace sobre la falibilidad de los gobiernos autoritarios; al segundo, la mano dura que se aplica a los enemigos de la estabilidad global. La afirmación de Seitz sirve para hablar de la ecuanimidad y poca tendenciosidad de un producto que, alumbrado a principios del presente siglo, revolucionó el concepto de serialidad.
Con tales credenciales, casi se puede pasar de puntillas a la hora de desmenuzar una calidad de escritura y diseño de producción fastuosos, consecuentes con unas tramas de grandísima altura dramática. La revolución en el apartado de montaje sí conviene ser mencionada porque es marca de la casa. Desde su alumbramiento, las claves de 24 dieron un vuelco espectacular al espectro televisivo, y no fue porque lo novedoso de su propuesta haya calado estilísticamente en otras series coetáneas o sucesivas; es que tocó palos que a nadie se le había ocurrido antes que existieran, siquiera. Por si queda algún mortal que no conozca al agente Jack Bauer (Kiefer Sutherland), hay que decir que su vida es tremendamente frenética. Alatristesco (patriota y honorable, pero sin escrúpulos a la hora de conseguir sus objetivos) siempre, en la primera temporada es jefe de operaciones de
El planteamiento de la ficción que protagoniza, y casi monopoliza, Sutherland se basa en veinticuatro horas a tiempo real por temporada; cada capítulo de una hora, sin más elipsis que los 20 minutos preceptivos dedicados a la publicidad. Un reloj casi omnipresente anuncia el lento transcurrir de los minutos cuando la tragedia acecha, y la habitual división de la pantalla (con muy distinta vocación que en las comedias telefónicas de Rock Hudson y de Doris Day) sirve para mostrar los distintos contritos rostros de los personajes que ilustran el desquiciado panorama de turno.
Gracias al tremendo éxito de 24, Sutherland vive actualmente una suerte de edad dorada. Pocas veces se ha visto un protagonismo principal televisivo tan absoluto como el que éste ejerce en un vehículo ideado para su total lucimiento. Cinco nominaciones consecutivas al Emmy (a la quinta fue la vencida) y el Globo de Oro adornan a uno de los personajes mejor matizados de la historia de la televisión reciente. El hijo de Donald, pasto de cine de serie B en las décadas de los 80 y 90 con las honrosas excepciones de Arma joven (Young guns; Christopher Cain, 1988) y Línea mortal (Flatliners; Joel Schumacher, 1990), descubrió en el meridiano de su carrera artística, como tantos otros, que la inteligencia de los guiones de la meca de Hollywood había migrado a las ondas catódicas. Se habían dado cuenta de esto antes Martin Sheen con El ala oeste de
Es el ejemplo fehaciente y emblemático de todos aquellos artistas que en la industria habían conseguido grandes logros y que ven cómo, desplazados por superhéroes, saltimbanquis, secuelas varias o remakes desechables, el mimo por los actores tiene pastos más verdes en el prime time nocturno potenciado por canales como
La forma de concebir 24 fue un tanto catastrofista por parte de su factoría, la cadena Fox. Dudosos de la aceptación comercial que alcanzaría este artísticamente transgresor producto, se plantearon la primera temporada como si fuera a ser la única, y la cerraron de manera apocalíptica. Paradójicamente, ese final pesimista esbozó una de las constantes dentro de una sinfonía de sensaciones melancólica con vocación de no regalar ni una pizca de aliento al espectador. El ya de por sí turbado Jack Bauer (con pasado militar a las espaldas) va encalleciéndose con el paso de unos capítulos en los que raro es el que no le regala ninguna secuela psicológica. El dolor le hace recubrirse de corazas y estas le facilitan el llevar a cabo una labor que la mayoría del tiempo consiste en buscar el arma biológica o nuclear de turno, dando caza y torturando a cuantos terroristas se encuentra a su paso. Precisamente el tema de la tortura ha sido uno de los más criticados por las asociaciones de telespectadores norteamericanos. No hicieron mucho para aplacar los ánimos las declaraciones del padre de la criatura, Joel Surnow, quien, a colación de ello, se mostró partidario de utilizar cualquier medio posible para sonsacar información a los terroristas. De peligrosa y políticamente incorrecta puede tacharse la postura del ideólogo de 24, con lo que conviene ser cauto a la hora de recibir el mensaje que promulga, aunque, independientemente de su en ocasiones aberrante mensaje, no se puede evitar reseñar que cinematográficamente es un prodigio irreprochable. Otro charco: la toman casi siempre con los musulmanes, de lo que Surnow se defiende argumentando que en 120 capítulos las amenazas hacia su nación han conocido contendientes alemanes, rusos, sudmericanos e incluso paisanos.
Como consecuencia de esta premisa, los puntos convergentes entre 24 y la realidad no pueden ser obviados, pues, si bien la serie se mueve en un mundo paralelo en el que tienen cabida presidentes estadounidenses afroamericanos y políticos de buen corazón, la paranoia lubrica el engranaje de las relaciones humanas e institucionales de los protagonistas, algo que no nos es nada desconocido.
Como consecuencia de esta premisa, los puntos convergentes entre 24 y la realidad no pueden ser obviados, pues, si bien la serie se mueve en un mundo paralelo en el que tienen cabida presidentes estadounidenses afroamericanos y políticos de buen corazón, la paranoia lubrica el engranaje de las relaciones humanas e institucionales de los protagonistas, algo que no nos es nada desconocido.
Cabe destacar el gran acierto de no romper la continuidad espacio-tiempo (en ninguna de las, hasta ahora, seis temporadas) y el sentido común de manejar un solo conflicto y enemigo del estado por año, pues el desarrollar una serie en la que la amenaza cambia semana tras semana con la consecuente frivolidad que acarrearía el pelear contra el enemigo, vencerlo y volver a casa con la mujer y con los amigos en poco menos de una hora, sería poco serio. El contrapunto a esta virtud viene dado porque no existe la esclavitud de los cuarenta minutos pero si la de los 24 capítulos, lo que obliga a crear vértices en la trama a la altura del capítulo 8, donde ya se deben haber conseguido algunos de los objetivos buscados, para que sobrevenga el primer punto de giro, y una pista de aterrizaje a la altura del 22 para que la amenaza vaya solventándose y se deje camino libre a un broche donde la crisis se haya sofocado.
Como antídoto a esta previsibilidad, las temporadas suelen acabar en forma de tragedia griega para crear disconfort en el público y un síndrome de abstinencia no equiparable con ningún fruto catódico conocido hasta la fecha. Por ello, en el caso que nos ocupa, se hace muy recomendable sentarse en el sofá con todas las temporadas editadas hasta la fecha (las cinco primeras) bajo el brazo, rodearse de palomitas, panchitos, pizzas o cualquier cosa que se tenga al alcance, para apoltronarse frente al televisor y no salir de casa en cinco días exactos. Yo no he encontrado otra manera de hacerlo.
Como antídoto a esta previsibilidad, las temporadas suelen acabar en forma de tragedia griega para crear disconfort en el público y un síndrome de abstinencia no equiparable con ningún fruto catódico conocido hasta la fecha. Por ello, en el caso que nos ocupa, se hace muy recomendable sentarse en el sofá con todas las temporadas editadas hasta la fecha (las cinco primeras) bajo el brazo, rodearse de palomitas, panchitos, pizzas o cualquier cosa que se tenga al alcance, para apoltronarse frente al televisor y no salir de casa en cinco días exactos. Yo no he encontrado otra manera de hacerlo.
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