27 dic 2006

TV: Anatomía de Grey


La voz en off de Meredith nos indica al principio y al final de cada capítulo de Anatomía de Grey (emitida en USA por ABC y en España por Cuatro) que el crecimiento como persona y como cirujana corren totalmente parejos. Ella es la protagonista cuyo apellido da nombre a una serie ideada por la guionista Shonda Rhimes, cuyo currículo se limitaba hasta la fecha a la escritura de los libretos de Crossroads (Tamra Davis, 2002), a mayor gloria de la joven diva Britney Spears, de Princesa por sorpresa 2 (Garry Marshall, 2004) y de Introducing Dorothy Dandridge (Martha Coolidge, 1999), telefilme que hizo ganar a Halle Berry el Emmy y el Globo a la Mejor Actriz. Retratos femeninos todos ellos, más o menos ñoños en los que ya se advertían algunas de las claves de la serie que ha puesto a Rhimes en la esfera de los grandes cabezas pensantes de la industria televisiva norteamericana.

Meredith (Ellen Pompeo) podría ser abogada, arquitecta o dependienta de unos grandes almacenes, pero es estudiante de cirugía y ese hecho condiciona el que se haya creado un hospital, el Seattle Grace, alrededor suyo, porque, hasta que alguien demuestre lo contrario, los centros sanitarios son el telón de fondo más cinematográfico y dramático en que apoyar una ficción televisiva.

Los compañeros de fatigas de Grey son Christina, George, Izzy, Alex, Miranda, Derek, Richard y Preston, quienes forman una familia generalmente mal avenida pero siempre absolutamente endogámica. Excepto Miranda (Chandra Wilson, interna) y Richard (James Pickens Jr., jefe del hospital), todos buscan pareja de puertas adentro del Seattle Grace, porque la vida de un residente no existe fuera de su lugar de trabajo. Sólo el pequeño pub de Joe, uno al modo de Cheers aledaño al hospital donde germinan la mayoría de relaciones, es una suerte de válvula de escape que sirve para acabar con los traumas derivados de la truculenta vida laboral de todos ellos.

La primera temporada tuvo una excepcional acogida pese a sus escasos ocho capítulos y a un reparto que sólo contaba con un protagonista reconocible, Patrick Dempsey, (feísimo protagonista de series Z en los 80 reconvertido en sex symbol mediático presente en los salvapantallas de las oficinistas de medio mundo). En su segundo curso, ocurrió un fenómeno poco habitual con Anatomía de Grey, y es que la calidad de sus contenidos se incrementó con el paso de los capítulos cuando la mayoría de productos de sus características tienen su punto fuerte en el factor sorpresa.

La maraña de relaciones imposibles que sustentan a sus personajes ha sido enriquecida y suministrada con buen pulso por Rhimes hasta crear en el espectador una intriga que ha llevado a que los guiones se rueden de manera desordenada y sin que los actores conozcan la totalidad de sus textos hasta el último momento. De esa manera se busca el que no se filtre ni el más mínimo detalle de una acción que queda en suspenso en cada capítulo, unas veces plácida y otras tortuosamente, pero siempre creando un síndrome de abstinencia en el espectador, para el que es una buena opción devorarla en DVD.

Buscando un target similar al de Sexo en Nueva York o Mujeres desesperadas, aunque con una visión de las relaciones de pareja un tanto menos frívola, Anatomía de Grey interesa según las encuestas realizadas a una audiencia mayoritariamente femenina (67 por ciento). La explicación de este arrollador dato puede partir de que la vulnerabilidad de todos sus personajes (excepto los de Preston Burke (Isaiah Washington, Ejecución inminente) y de Christina Yang (Sandra Oh, Entre copas), emocionalmente disfuncionales), prime sobre cualquier otro sentimiento, situación que queda perfectamente patente en el hecho de que Meredith lleve una doble vida, interna de día y babysitter de su madre, otrora magnífica cirujana en el mismo hospital que ella, de noche.

Las cirugías son un sitio donde se aprende a vivir, no donde curtir héroes, podría ser la declaración de principios que aleja a Grey de Urgencias, su espejo natural. La acción de la serie de la ABC no está en el campo de batalla sino en la vida. Una vida que para Rhimes se antoja complicada, pues sus personajes cobran más protagonismo cuanto más enrevesado es el conflicto marital que sostienen en cada momento. La infelicidad vende, por lo tanto, en el meritorio su equilibrio de tramas, cuando una célula amorosa funciona, pasa inevitablemente a un segundo plano.

No se puede olvidar hacer mención a una banda sonora superventas que acompaña a cada capítulo con un enfático aunque efectivo uso al modo de Cameron Crowe. La música de Snow Patrol, The Chalets o Psapp se pone al servicio del drama, aunque a veces también ocurre al revés.

Para tener una idea precisa de lo que significa Anatomía de Grey allende el Atlántico, es ilustrativo conocer que el episodio emitido el pasado 6 de febrero de 2006 alcanzó un máximo histórico al atraer a 37,9 millones de espectadores (la media habitual es cercana a los 24 millones), situándose como la emisión más vista de una serie desde el final de Friends en mayo de 2004, lo que enmarca a este producto en un puesto privilegiado de la audiencia sin nadie capaz de plantarle cara. De hecho, tal es su popularidad que hasta el mordaz House, bandera de la cadena rival Fox, hace una alusión a esta serie en uno de los primeros capítulos de su tercera temporada.

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