Me dijo que no viera una peli buena aquella noche. Que le guardara las mejores. Que las viera con ella. Antes me dijo que cuando fueron unos amigos a su casa el día anterior y le propusieron ir al cine ella les había contestado que no, que una en el DVD y punto, que no pensaba gastarse 7 euros si no la veía conmigo. Eso es jodidamente bonito, pequeña, le dije cuando me lo confesó. El lenguaje soez adquiere belleza épica cuando lo utilizas en el término justo, en el momento justo, con la persona adecuada. No veré nada bueno hoy, pequeña, le dije a la que le acaricié el pelo sin mirar a ningún sitio concreto.
Youth without youth, juventud sin juventud, película sin película. Esta podría ser la crónica de cómo Coppola me angañó, o de cómo se engañó a sí mismo, o de cómo quiso engañar al jurado del Festival de Roma. Ni a mí ni a ellos ni a nadie. Será que se ha vuelto viejo y ya no engaña a nadie. Esperó papá Francis once años después de aquella chorradilla llamada Jack. No dió en herencia su talento, sino que abdicó en vida, le transmitió lo bueno de su genoma a su hija lista y se quedó seco, como sin mojo. Ha estado mucho tiempo metido en una cueva. Se aburría y no tenía nada que hacer y en 2000 no se acreditó cuando dirigió otra idiotez, esta vez cósmica al alimón con Walter Hill. Supernova se llamó. Salía James Spader. Si no te acuerdas, no pasa nada. No había rastro de El padrino.
No hay que reprocharle al genio que haya perdido su genio. Spassky dice que un ajedrecista tiene fecha de caducidad, que se te acaba el hambre y te apagas. Entonces ya sólo te queda vivir dignamente con lo puesto. En el mejor de los casos, si te ha ido bien, te vas a la orilla a morir, como las ballenas millonarias. Pero hay quien se resiste y no se da cuenta de ello. Lo que de verdad me incomoda, lo que me saca de mis casillas es observar cómo Coppola se llena de ínfulas de grandeza, cómo adorna con viscontianos títulos de crédito su encabezamiento. Cómo pone el nombre de Tim Roth con caracteres más grandes que el título de la película intentando otorgar épica a un actor que no es nada épico en una actuación muy por debajo de sus posibilidades. Detrás de ciertos subproductos se ocultan en ocasiones extraordinarias interpretaciones que quieren desligarse de su castrador entorno. No es este el caso de un actor que expiró lo mejor de su repertorio en la misma época en que Coppola comenzó a marchitarse.
Y hablando de marchitarse, Youth without youth es eso, o mejor dicho, va de eso, de aferrarse al tiempo que se va, de lo que hacer con él si no se fuera y del inevitable devenir del destino oscuro, el que a nadie espera, un horizonte que nos absorbe. Es pretencioso Coppola en la construcción de su guión, pretendidamente trascendente. Abusa, manosea y maltrata al monólogo interior, desaprovecha a Bruno Ganz y da la alternativa a una actriz joven, europea, de aspecto también europeo, de nombre largo y tedioso y de presencia prescindible y errática, también sin fuerza, intercambiable por cualquier modelo un martes por la tarde, que no dice nada, que hace que me olvide de su nombre y de su cara mientras la veo y que si no fuera vestida de una manera determinada la confundiría con cualquier otra actriz que apareciera en pantalla. Youth without youth es el intento de reivindicación de quien no lo necesitaba, el despertar torpe y enfermizo de un gran maestro que no tiene nada que demostrar y quiere demostrar todo, del catedrático que quiere hacer un trabajo de fin de carrera y utiliza las mismas herramientas que cuando empezó hace 40 años, pero no usando lo que le enseñó la vida sino acudiendo a los libros y esclavizándose de su meloso academicismo.
No me implico con la historia, me da igual, pasan cosas arbitrarias, surrealistas, como ensoñaciones. No sé cuándo lo que me cuentan es sueño y cuándo es verdad. Como las pesadillas, como esta crítica tan interminable como interminables son mis exabruptos. La búsqueda del origen del lenguaje le pareció buena piedra angular a Coppola para hacer pivotar a un montón de gente sin carisma hablando en italiano, inglés, babilonio y esperanto. Como telón de fondo aparecen los nazis y de regalo, alguna mamella aria. La factura de este caramelo es impecable, pero es un caramelo tan endiabladamente engreído que, sin darme cuenta, llegué al final de su paladeo, miré hacia el techo, sonreí y vi que había sido fiel a mí promesa: Nada bueno, pequeña. Y me olvidé de Coppola hasta la próxima.
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