La Gente de mala calidad de Cavestany no está hecha de buena pasta. No son el tipo de personas en quienes te quieras ver reflejado y no son los amigos que elegirías para tus hijos, porque son mezquinos y te pueden apuñalar por la espalda. Una galería de desechos sociales, eso es lo que ha querido retratar de manera hiperbólica el director de El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo. Apoyándose en uno de los mejores repartos de la temporada, pone su avinagrada mirada sobre los vagos, los perdidos y todos aquellos que se quedan apartados del sistema porque no saben, o no pueden, vincularse a las conductas de lo socialmente establecido.
No son frikis porque no tienen rarezas al margen de ser unos estúpidos emocionales: no podrían haber salido de la mente de Tod Browning, sino, más bien, de la de Todd Solondz en un remake patrio de su grimosa Happiness. Gente que no da pie con bola, vamos.
Alberto San Juan interpreta a Manuel, un perdedor con la 'p' muy grande que se desvinculó del grupo al interrumpir su relación con Osiris (híperbella, extrema Maribel Verdú). Por un desencadenante que no queda claro quiere volver a introducirse en la pandilla de tarados de la que hace tiempo huyó. Entonces surge el esperpento. No encontrará amistad ni apoyo en ninguno de sus amigos, tan sólo compañía. Compañía de mala calidad. Cuando se activa de nuevo el engranaje del grupo, un nudo coloniza la garganta del espectador perplejo, que se esperaba una comedia y se encuentra con algo amargo, desangelado y desolado, como cuando ves a un amigo de la infancia del que guardas buen recuerdo, pero cuando vas por la segunda caña te das cuenta de que te aburres y de que todo lo que había era... nada.
El tono de extremo pesimismo, de nula catarsis y de angustia no redimible choca frontalmente con la idea predeterminada del espectador medio, que familiarizado con muchos de estos televisivos rostros -y engañado por un tráiler que vende el producto como comedia pura- puede sentirse estafado. Aún así hay que reconocer cierto ángel al resultado final, ya que, aunque la mezquindad es el común denominador de sus caracteres, es imposible no empalizar en cierto modo con todos ellos. Hay que tomar Gente de mala calidad como lo que es, una tragicomedia con ecos del cine italiano de los 60 que trata, según su director, sobre "otro tipo de ganadores que son los perdedores".
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