En la acera de enfrente del hote María Cristina hay toda una serie de carteles en los que se pueden contemplar los principales estrenos que la 56ª edición del Festival de San Sebastián va alumbrar al mundo. Sus protagonistas son estrellas como Pitt, como Penélope, como un niño con pijama de rayas que ha cambiado las páginas por el celuloide. Hay todos esos y muchos más. Los turistas festivaleros, tan pendientes de fagocitar película tras película como de tocar, fotografiar, siquiera ver a lo lejos a uno de sus ídolos, a veces pueden presenciar hechos asombrosos, cosas que pueden parecer fruto de la imaginación, pero que de vez en cuando ocurren. A las 14:40 de la tarde del inicio oficioso del concurso, Javier Bardem ha salido del cartel de 'Vicky Cristina Barcelona' y se ha hecho carne frente a la atónita mirada de los peatones. Como ocurría con Jeff Daniels y Mia Farrow en 'La Rosa Púrpura del Cairo', trascendiendo la pantalla del cine donde se encontraban presos.
El Allen de los 80 crea escuela en la vida real. Hoy venía a presentar su última cinta, el publicitadísimo triángulo amoroso que ha unido a Bardem, Cruz y Johansson, y lo ha hecho un mal día porque Antonio Banderas, el otro niño bonito de la jornada, que mañana recibirá el Premio Donosti por su carrera, ha comparecido también ante los medios para presentar 'The other man', la cinta que ha inaugurado este San Sebastián. Allen le ha quitado focos, sin quererlo, al saleroso marido de Melanie. Al que abrió los caminos que otros siguieron más tarde. Al que llevaba más de 24 horas sin dormir porque ayer cenó con Obama porque le da su apoyo, porque le "asusta" pensar que McCain pueda gobernar en el país del que es originaria su hija. Así que dos platos fuertes para empezar. Ni rastro de Penélope, que la semana pasada estaba confirmada pero se ha borrado, ni de la rubia Scarlett, sobre quien el director neoyorquino ha desmentido que tuviera malas relaciones con el reparto al preguntársele por su asencia.
'The other man', del británico Richard Eyre, aglutina en su reparto al malagueño universal a Laura Linney y a Liam Nesson en una película tramposa y poco digesta para abrir boca. El ridículo derivado de la enloquecida conducta de Nesson en los compases iniciales va comprendiéndose poco a poco a medida que Eyre desvela algunas piezas de su rompecabezas. La mujer del preotagonista (Linney) ha volado y éste se vuelve loco intentando averiguar el tipo por el que le ha cambiado. No les estoy destripando nada porque ese es su planteamiento de salida. Cambiar a Qui-Gonn Jin por Banderas, uno de nuestros machos de bandera, no parece una opción descabellada y el espectador se pasa una hora y media esperando un puñetazo en la nariz que se retrasa. Cierra mal, Eyre, salomónico, metiéndose en camisas de once varas con nombre de redención. Es un tono difícil el que tiene que adoptar para no caer en el esperpento, cosa que ocurre varias veces, sobre todo en la mayoría de las frases de Banderas, que de puro estereotipado no consigue crear la empatía necesaria con la platea que su personaje pide a gritos. Los pocos minutos que ofrece Linney son lo mejor de una relación de tres patas que da saltos en el tiempo explicados a destiempo, donde uno no es capaz de distinguir bien cuando los actores ríen o están llorando.
Más triángulo es lo que propone 'Vicky Cristina Barcelona', cuya presencia aquí sólo se explica para multiplicar el impacto mediático de la película anual de Allen. Mañana se estrena en España en las pantallas comerciales y los productores han decidido que una rueda de prensa en los telediarios de esta noche será una buena alfombra roja hacia sus bolsillos. Allen, como el Platero de Juan Ramón, es pequeño, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sus gestos son mínimos y no asiente mientras escucha al traductor simultáneo. Sólo piensa la perla que contestará. Los periodistas de San Sebastián, que en muchas ocasiones son más fans que comunicadores, le saludan obsequisamente, le dicen "Maestro...". Le dicen "Me ha encantado su película, como todo lo que hace". "Le sigo de siempre, soy un gran fan". Y Woody no asiente. Sólo mira hacia un costado, no por antipatía, sino por timidez, y cavila su respuesta. De vez en cuando pare algo genial. Como cuando responde al americano que le hace saber que la estatua que han colocado en Oviedo para honrarle es uno de los monumentos más visitados de la región. "¿Por las palomas o por las personas?", contesta regalando un conato de sonrisa, sólo levemente más grande que la que hacía Eugenio. No atraviesa por un buen momento creativo este realizador de 73 años. Aún así, la película agotó todas sus entradas el pasado domingo en media hora, pero no pasará a la historia como una de sus grandes creaciones. Su comedia ligera es forzada y delirante. Bardem, un poco desdibujado, languidece frente a la arrolladora presencia de Cruz. Y, contra pronóstico, Johansson en engullida por la delicada belleza y armonía de la preciosa Rebecca Hall, que si hizo un hueco en su agenda para pasear por la playa de La Concha.
Un sonoro aplauso despidió a los tres tras una rueda en la que Bardem se dedicó a redundar en la idea de que quiere mucho a los españoles y sólo le molesta cierta prensa que se dedica a intentar ensuciar su trayectoria con aguas fecales. El mismo Bardem, que cuando pasea en sus inevitables desplazamientos del hotel al cine, del cine al restaurante y de ahí a charlar a los medios, es como Saturno, rodeado de fans que se le amontonan, que piensan que es grande como un planeta, que creen que sólo los grandes de verdad tienen el don de materializarse desde los carteles de cine.
Este es solo el aperitivo. Mañana empieza a cortarse el bakalao. Arrancará la seción oficial a concurso con la franco iraní 'Two-legged horse', que no sólo de cine anglosajón vive el hombre.
El Allen de los 80 crea escuela en la vida real. Hoy venía a presentar su última cinta, el publicitadísimo triángulo amoroso que ha unido a Bardem, Cruz y Johansson, y lo ha hecho un mal día porque Antonio Banderas, el otro niño bonito de la jornada, que mañana recibirá el Premio Donosti por su carrera, ha comparecido también ante los medios para presentar 'The other man', la cinta que ha inaugurado este San Sebastián. Allen le ha quitado focos, sin quererlo, al saleroso marido de Melanie. Al que abrió los caminos que otros siguieron más tarde. Al que llevaba más de 24 horas sin dormir porque ayer cenó con Obama porque le da su apoyo, porque le "asusta" pensar que McCain pueda gobernar en el país del que es originaria su hija. Así que dos platos fuertes para empezar. Ni rastro de Penélope, que la semana pasada estaba confirmada pero se ha borrado, ni de la rubia Scarlett, sobre quien el director neoyorquino ha desmentido que tuviera malas relaciones con el reparto al preguntársele por su asencia.
'The other man', del británico Richard Eyre, aglutina en su reparto al malagueño universal a Laura Linney y a Liam Nesson en una película tramposa y poco digesta para abrir boca. El ridículo derivado de la enloquecida conducta de Nesson en los compases iniciales va comprendiéndose poco a poco a medida que Eyre desvela algunas piezas de su rompecabezas. La mujer del preotagonista (Linney) ha volado y éste se vuelve loco intentando averiguar el tipo por el que le ha cambiado. No les estoy destripando nada porque ese es su planteamiento de salida. Cambiar a Qui-Gonn Jin por Banderas, uno de nuestros machos de bandera, no parece una opción descabellada y el espectador se pasa una hora y media esperando un puñetazo en la nariz que se retrasa. Cierra mal, Eyre, salomónico, metiéndose en camisas de once varas con nombre de redención. Es un tono difícil el que tiene que adoptar para no caer en el esperpento, cosa que ocurre varias veces, sobre todo en la mayoría de las frases de Banderas, que de puro estereotipado no consigue crear la empatía necesaria con la platea que su personaje pide a gritos. Los pocos minutos que ofrece Linney son lo mejor de una relación de tres patas que da saltos en el tiempo explicados a destiempo, donde uno no es capaz de distinguir bien cuando los actores ríen o están llorando.
Más triángulo es lo que propone 'Vicky Cristina Barcelona', cuya presencia aquí sólo se explica para multiplicar el impacto mediático de la película anual de Allen. Mañana se estrena en España en las pantallas comerciales y los productores han decidido que una rueda de prensa en los telediarios de esta noche será una buena alfombra roja hacia sus bolsillos. Allen, como el Platero de Juan Ramón, es pequeño, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sus gestos son mínimos y no asiente mientras escucha al traductor simultáneo. Sólo piensa la perla que contestará. Los periodistas de San Sebastián, que en muchas ocasiones son más fans que comunicadores, le saludan obsequisamente, le dicen "Maestro...". Le dicen "Me ha encantado su película, como todo lo que hace". "Le sigo de siempre, soy un gran fan". Y Woody no asiente. Sólo mira hacia un costado, no por antipatía, sino por timidez, y cavila su respuesta. De vez en cuando pare algo genial. Como cuando responde al americano que le hace saber que la estatua que han colocado en Oviedo para honrarle es uno de los monumentos más visitados de la región. "¿Por las palomas o por las personas?", contesta regalando un conato de sonrisa, sólo levemente más grande que la que hacía Eugenio. No atraviesa por un buen momento creativo este realizador de 73 años. Aún así, la película agotó todas sus entradas el pasado domingo en media hora, pero no pasará a la historia como una de sus grandes creaciones. Su comedia ligera es forzada y delirante. Bardem, un poco desdibujado, languidece frente a la arrolladora presencia de Cruz. Y, contra pronóstico, Johansson en engullida por la delicada belleza y armonía de la preciosa Rebecca Hall, que si hizo un hueco en su agenda para pasear por la playa de La Concha.
Un sonoro aplauso despidió a los tres tras una rueda en la que Bardem se dedicó a redundar en la idea de que quiere mucho a los españoles y sólo le molesta cierta prensa que se dedica a intentar ensuciar su trayectoria con aguas fecales. El mismo Bardem, que cuando pasea en sus inevitables desplazamientos del hotel al cine, del cine al restaurante y de ahí a charlar a los medios, es como Saturno, rodeado de fans que se le amontonan, que piensan que es grande como un planeta, que creen que sólo los grandes de verdad tienen el don de materializarse desde los carteles de cine.
Este es solo el aperitivo. Mañana empieza a cortarse el bakalao. Arrancará la seción oficial a concurso con la franco iraní 'Two-legged horse', que no sólo de cine anglosajón vive el hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario