20 sept 2008

San Sebastián (Día 3): Levring y Hunt hablan de la revolución cotidiana

El equipo de 'Fear Me Not' ante la playa de La Concha

Diecisiete grados centígrados son los que arroja el sol sobre los viandantes en Donosti. Sólo enturbian algunas nubes que a la media tarde darán un aspecto blanquecino al de momento inmaculado cielo azul que corona la playa húmeda y aconchada. La ciudad se ha despertado temprano, como cualquier día laborable. Este es el sábado en el que más gente trabaja en todo el año en San Sebastián. Los colmados a pie de acera preparan su mercancia en el 'casco viejo'. Los periodistas, en manadas de a docena, emergen a buen ritmo de cada uno de los hoteles y pensiones que rodean los tres principales cines proyectores. Son invitados queridos que llenan de frenesí las calles, con sus acreditaciones al cuello para no levantar sospechas, para que no dé la impresión de que son pícaros que buscan minutos de celuloide por la patilla. Una cafetería por el camino les salva de la posibilidad de echarse un pequeño sueñecito a las 9 de la mañana. Esa sesión y la de las 4 de la tarde son proclives a recibir críticas airadas, y no por la mala calidad de su planteamiento (aunque pasa a veces), sino porque el periodista piensa la culpa de que Morfeo se haga con la suya es del torpe pulso del director y no de un cuerpo comprensivamente falible.

Lejos ya del artificio comercial de los primeros compases de esta edición, la tercera jornada ha sido una de perfil festivalero más que aceptable, ceñida a la ortodoxia, ofreciendo sufrimiento en frasco tamaño industrial. No ha habido brillo de ninguna estrella que empañara el juicio sobre la sección oficial. Dos propuestas tan lejanas como Estados Unidos y Dinamarca, pero con varios denominadores comunes: la reinvención, el colapso de la vida cotidiana y los intentos de dinamitar la rutina en pos de un futuro con más futuro.

Kristian Levring, autor de la cuarta película nacida al amparo del movimiento Dogma ('The king is alive', 2000) compite con 'Fear me not' ('No me tengáis miedo', a falta de su traducción oficial), drama burgués en el que Michael (Ulrich Thomsen), un funcionario ministerial aburrido, decide tomarse una excedencia para recolocar su mundo. La falta de objetivos y el abandono hacia una existencia ociosa hacen que su matrimonio se deteriore. La improductividad es un estigma en la sociedad de consumo. Ajeno a la crítica marital, Michael decide cuidarse, dedicarse tiempo a sí mismo, y se integra en un ensayo clínico en el que sirve de conejillo de indias de un nuevo fármaco antidepresivo. La evolución del personaje derivada por la nueva droga dibuja un recorrido reconocible dentro la ciclotímica conducta humana, tocando todos los palos desde la euforia violenta hasta el autismo. La felicidad propia muchas veces es mirada con perplejidad por el prójimo porque en una vida de grises se tiende a pensar que los felices están locos. El fotógrafo Jens Schlosser muestra la naturaleza danesa con una belleza digital pasmosa hasta el punto de que a los espectadores les gustaría que sus ojos les dejaran observar la realidad con tanto grano y saturación de color como suelen retratar las cámaras noreuropeas.

'Frozen river', la segunda película oficial a concurso del día viene avalada por Quentin Tarantino en el 'flyer' promocional incluso por encima del propio título. Para el director de 'Reservoir dogs', el debut de la norteamericana Courtney Hunt es "uno de los thrillers más inquietantes del año"; pero no se dejen llevar los fans por su juicio hiperbólico, porque es tan ecléctico como los peinados de Guti. De lo que no cabe duda es de que se aprecia cierta voluntad de devolver la esencia del cine independiente americano a la realizadora que se hizo con el Premio Especial del Jurado en el pasado Sundance. Su propuesta es tan pequeña en la trama como odiseica a ojos de su protagonista, maniatada por la vida, y para contarla se vale de interpretaciones cargadas de roma y seca verdad, como uñas desconchadas. Melissa Leo, a quien mucho se le tendrían que torcer las cosas para no recoger la Concha de Plata a la Mejor Actriz (es precipitado decirlo, pero es que está e-s-p-e-c-t-a-c-u-l-a-r), es una Gena Rowlands de caravana acuciada por las deudas, abandonada por su esposo alcohólico y juzgada por su hijo adolescente. Ella no es dueña de vicios que le sitúen en el umbral de la pobreza, simplemente no ha dado con el código descodificador para adentrarse en la sociedad del bienestar y busca monedas entre los cojines de su sofá para pagar el almuerzo de sus hijos y una nueva caravana menos cochambrosa, que está a 3.000 dólares de distancia. Hunt habla de gente que no tiene dinero para pagar la conexión de internet que permite leer este periódico digital, no de ludópatas drogadictos. Cuando se presenta la oportunidad de un salto cualitativo, Ray (Leo) se presta a traficar con inmigrantes desde un punto de vista inicialmente honesto. Lástima el tufo enjuiciador final, el cariz demiúrgico que adopta la directora al situar a sus delincuentes de medio pelo en la orilla más bonita del río helado.

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