21 nov 2008

El Greco (Yannis Smaragdis, 2007)


Apagan las luces, proyector, acción. Te acomodas, más bien te incomodas, te revuelves, en la butaca. Los pantalones hacen dobleces en la parte trasera de la pierna. Se llama "ser un culo de mal asiento". Pasa a veces, cuando vas sin estar demasiado convencido. Te fijas más en lo accesorio que en lo principal. En el atrezzo antes que en los actores o el pulso (visible o no del director). Se llama "irse el santo al cielo" y ocurre cuando te invitan y no te pirrabas por ver esa peli en concreto o cuando vas al pase de prensa sin demasiadas expectativas porque el cuerpo te pedía comedia más que cualquier otra cosa y te toca una de época con héroes pintores de cabeza de cartel y refunfuñas. Se llama "rabieta".

Y fluyen los créditos iniciales y te escamas porque ves aislados nombres de vecinos tuyos —Juan Diego, Laia o Roger— mezclados con nombres impronunciables, que recuerdan a columnas dóricas, jónicas o corintias, como Yannis o Lakis o Lazaros. Y te das cuenta de que es una coproducción, de que los actores van a hablar en la lengua que Dios les dio a entender y luego llegará Paco con las rebajas y someterá a todos a un mismo rasero hasta convertir a muchos en marionetas, ventrilocuos (o 'ventrículos', que diría Faemino. Se llama "asociación de ideas").

'El Greco' habla de Pintura e Inquisición. Donde dije Goya (y sus fantasmas) digo Domenicos Theotocopoulos (y los suyos). Los personajes no están bien definidos (el malo es muy malo, el bueno, muy soso y las mujeres, algo planas. Se llama 'guión precario') y se nota falta de oficio y de trascendencia. ¿Será misión imposible dotar de emoción cuando se filma a quien nos emociona con sus lienzos? Por lo demás, hay corrección sin aspavientos. Y uno sale de la sala igual y se pregunta por qué los griegos se volvieron locos cuando a nosotros lo de Forman, Natalie y Bardem nos dio igual. Se llama "estupefacción".

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