28 dic 2008

Cuestión de honor (Gavin O'Connor, 2008)


Las razones que llevan a una superestrella (Edward Norton) a elegir según qué proyectos son tan inescrutables como el corazón de una mujer, que diría el poeta adolescente. Quizá fuera la posibilidad de trabajar con Jon Voight o, más remota aún: poder compartir plano con Colin Farrell, que, pese a su 'desnortamiento' crónico, volvió a apuntar destellos de 'Tigerland' en 'Escondidos en Brujas' (¿Se habrá reencontrado a sí mismo?). Thriller policial convencional. Poli bueno, poli ambiguo, poli malo. Todos tentados por la chusma traficante. Se plantean las distintas posibles posturas que adoptar frente al dinero corrupto y fácil. Eso no reviste el más mínimo interés por mil veces visto. Tampoco la, a ratos confusa, investigación criminal.

Lo único que tiene sentido en este afectado hijo putativo de Michael Mann es el tour de force interpretativo que a veces trasciende la pantalla. A veces McGyver era capaz de detener una guerra nuclear con un trozo de poliespán y un clavo torcido. Lo mismo hace Norton con un par de remiendos. Con perilla a lo Derek Vinyard y el pelo algo más largo, a cepillo. Con andar torpe y capucha, como un Hulk fugitivo. Sus escenas de cocina compartidas con Voight, que parece un Martin Sheen de tenderete, en las que se plantea el sentido de la justicia por encima del de la lealtad o el corporativismo valen quizá el haber elegido este guión y no otro para cimentar, esta vez más lentamente, una carrera de leyenda.

Valoración: 5,5/10

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