Hay una parte de la crítica que está absolutamente en contra de las comedias. Lo dice el propio Steve Martin: "Pasarán mil años y, por difícil que sea de interpretar, la comedia no será tomada nunca en serio". Otro caso similar es el de las tragedias que hacen llorar, pero el peor de todos es el de las tragedias con caligrafía de Óscar. Tortura interna en forma de demonios, muchos, nostalgia, imponderables, decisiones equivocadas, sexo antihigiénico, pezón, pederastia, insalubridad, tisis, vello púbico, lágrimas, rechazo, protagonista imbécil, desnudo frontal masculino. Túrmix. Premios.
La Academia da palmas con las orejas y la crítica acólita pone el piloto automático en diciembre. Si hay un Daldry, un Mendes o un Howard da igual la mierda increíble que hayan parido ese año porque estará —en ello confían fehacientemente las distribuidoras— escrita con pulcra tinta china y gótica caligrafía de Óscar.
Y llega el rebelde, el antisistema que dice que la maquinaria del 'marketing' es venenosa y estrábica, que se niega a pasar por el aro, que sabe que no es lo mismo 'Forrest Gump' que 'Benjamin Button', por mucho que lleven el mismo lazo, y dice: "Caramba, de verdad 'El lector' es cojonuda. Pero nadie le cree porque, llegados a ese punto de posmodernismo crítico, toma vida el refrán dice que tan malo es el 'supporterismo' como la oda y ya nadie distingue, y es entonces cuando las recomendaciones caen en saco roto.
P.D. 'El lector' es como esa mano con contundencia de abrelatas que intenta arrancar el corazón de cuajo a Indiana Jones al final de 'El templo maldito'. Adolece de una estructura tramposa que no necesitaba pero aún así propone un par de personajes impagables por enetendibles, sólidos y acabados (antes de empezar).
Valoración: 8/10
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