El probable legado final interpretativo de Clint Eastwood le devuelve a sus raíces de duro. Adiós al Frankie Dunn del millón de dólares o al Robert Kincaid de los puentes. A medida que su filmografía como director cogía altura se fue alejando de los papeles de sanguinario que le proporcionaron un lugar privilegiado en la industria previo paso por Almería. La testamentaria 'Gran Torino' quiere aglutinar de manera definitiva estas dos tradiciones que han tardado tiempo en alinearse pero que ya se encontraron puntualmente en 'Sin perdón'.
El retrato de la América desnaturalizada y del sinsentido de las bandas alumbra a un perro guardián fascista que pretende restablecer el 'status quo' utilizando las mismas herramientas de intimidación que los malos carentes de matices. Es ahí donde Eastwood entronca con el muy actual Alan Moore apelando a la figura del vigilante. Por muy extremas que sean las soluciones que plantea, el previo orden cronológico de las agresiones en la acera de enfrente legitima las medidas extremas.
Maquiavélica, por tanto, como su reflejo de máscaras y confetis, seca como un puñetazo en la cara y brillante como las llantas recién lustradas de un Ford Gran Torino del 72.
Valoración: 7/10
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