17 abr 2009

Naranjo en flor (Antonio González-Vigil, 2008)


"Psicoanálisis y tango, esta película sólo podría haberse rodado en Argentina", ataco a su protagonista Eduardo Blanco cuando nos entrevistamos. No entra al trapo; me dice que que Nueva York y París son ciudades tan psicoanalíticas como Buenos Aires, pero del tango ni 'mu'. Él hace de policía (corrupto) y voy a su yugular. "Tampoco es nuevo lo de mezclar terapeutas con la benemérita, ya ocurrió en 'Tiempo de valientes'". Blanco contraataca, ahora sí, diciendo que eso si que no es patrimonio exclusivo de la Argentina, que Robert de Niro y Billy Crystal abrieron la veda hace mucho.

'Naranjo en flor' homenajea a un tango, nace en un crimen necesario y deriva en un encubrimiento surrealista. La trama se llega a enredar tanto que acaba por mezclarse el encaje de bolillos con la turbiedad que desprenden sus descacharrados personajes —por podridos y por disfuncionales—. Se gesta un romance que huele a rancio y a viciado y asistimos a escenas de sexo sucio y urgente, como urgente llega el final: un velo que tapa todo.

Blanco camina solo y me gusta en su versatilidad, pero qué duda cabe que su pasaporte hacia el protagonismo principal está siendo algo más amargo que el de su eterno compañero Ricardo Darín.

Valoración: 3/10

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