Hay personas que sin haber sacado los pies del tiesto en exceso crean mala opinión pública. No emiten ese feeling tan necesario para engatusar a las audiencias. Bastan un par de gafas rosas lucidas durante buena parte de una carrera para desatar enemistades acérrimas. Vamos al grano, la Coixet no es popular. Te proponemos que rebusques en tu subconsciente e intentes encontrar las razones por las que la directora barcelonesa no te gusta. Pero antes, te anticipamos una cosa: es difícil que encuentres algo más que un look algo modernillo. Isabel mola.
Presenta la ruidosa 'Mapa de los sonidos de Tokio' de manera atípica, con toda la promoción hecha el pasado mes de mayo en Cannes. Es como el día de la marmota para ella. Y aún así, está sorprendentemente fresca, enérgica, más guapa y más joven de lo que suele salir por la tele. Luce bronceado vacacional y un sobrio vestido negro. Las gafas son de pasta, sí, pero discretas en grosor y en color, a juego, con la indumentaria. Ya no parece una adolescente, pero, de ninguna manera, nadie que la observara por primera vez podría decir que está por cumplir los 50. Es chocante, aunque, si lo pensáis con cabeza, lleva dos décadas enteritas dirigiendo desde que cambiara la publicidad por la claqueta con 'Demasiado viejo para morir joven', su desapercibido debut.
Siete años después llegó 'Cosas que nunca te dije', llena de helados, lavanderías y personas con el corazón devastado. Las buenas críticas que cosechó a ambos lados del charco fueron directamente proporcionales a las acusaciones que se le hicieron de ñoña, blandita o publicista. Y ahí se revuelve un poco: "Estoy hasta los huevos de que se me asocie con el mundo del spot porque sólo hago publicidad esporádicamente (hace un año y medio que no hago nada). Fue mi oficio durante mucho tiempo y aprendí mucho pero es un sambenito muy aburrido, es ir a lo fácil. Además, fuera de España no hay nadie que aplique ningún adjetivo publicitario a mi trabajo porque no conocen esa faceta mía".
Su nueva cinta cuenta con Rinko Kikuchi y Sergi López como cabezas de cartel y utiliza Tokio como desolador paisaje para retratar a dos nuevos iconos dentro de su galería de tristes. Él (David) vende vino y acaba de perder a su novia. Ella (Ryu), pescadera con una doble vida, viene a tapar el hueco de la desaparecida Midori, una "vampiresa moral" de esas personas que "están constantemente necesitando la atención de los otros. No es una loca linda sino una loca de mierda. Hay gente que es capaz de arrastrar a mucha gente de alrededor a la miseria", explica Coixet. Y, para superarlo, David se pega el día follando con Ryu.
"Procuro no hacer caso a nada de lo que se escribe de mí. Soy una persona normal que va al Mercadona; que prefiere la marca Hacendado, porque cunde mucho; y que no vive en otro planeta"
El camino de exploración sexual emprendido por Coixet en su anterior trabajo, 'Elegy', se aleja aún más ahora de los rótulos sobreimpresos en la pantalla y de las gotas de agua golpeando en la cara. Dudo si toda esta madurez coronada con la selección para la Sección Oficial del Festival de Cannes es una mascarada promocional o es que hemos recibido demasiados impactos gafapásticos relacionados con su nombre. Esta es Isabel vendiéndonos su moto: "Procuro no hacer caso a nada de lo que se escribe de mí. Yo no soy esa especie de gafapasta hipersensible que está en las nubes y que va de no se qué. Soy una persona normal que va al Mercadona; que prefiere la marca Hacendado, porque cunde mucho; y que no vive en otro planeta. Está claro que en las peliculas salen cosas de la parte oscura de uno, pero una cosa son las pelis y otra cosa es quién soy yo".
La exaltada celebración de los tres Goyas que obtuvo en 2006 (Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guión) con 'La vida secreta de las palabras' en detrimento de las favoritas 'Obaba' y 'Princesas' la volvió a poner en el ojo del huracán. Si hay algo peor que un un famoso antipático es un famoso antipático y condecorado (que se lo digan a Pedro, Pe y Bardem), pero lo cierto —todos los periodistas del corrillo llegamos a la misma conclusión— es que Isabel no tiene nada de malo. Sólo es una mujer que cacarea un tanto cuando se ríe de manera nerviosa, que no sabe si darte la mano o un par de besos cuando te ve y cuando se despide, y que, al soltarse y empezar a hablar con confianza, tiene un discurso vital a pesar de las jodideces de las que suele tratar en su cine.
O es una encantadora de serpientes o el mejor ejemplo de metamorfosis con gafas puestas y quitadas desde Superman.
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