Me reí como un bendito viendo 'La cruda realidad' (y los de mi alrededor, todos críticos habitualmente cascarrabias, también). A coro, en perfecta armonía, primero nosotros, luego ellas, y viceversa, durante casi toda la función. La orquesta de carcajadas fue provocada por los disparatados y alternativos comentarios sexistas pronunciados por Katherine Heigl y Gerard Butler, dos de los bollycaos más mofletudos y carismáticos del nuevo star system. Ella encuentra complicidad en la parte femenina de la audiencia y él, en la machuna. Te sientes culpable porque la risa proviene de chistes de vibradores, chistes de relaciones de usar y tirar y gags sobre pseudofelaciones accidentales. La guerra de sexos con la que nos vienen dando la chapa desde los tiempos de Tracy y Hepburn, pero versión 2.0. Todo ello contado con ritmo y salero, como los Farrelly cuando aún engrasaban, de manera que lo que parece un divertimento vacuo, una vez racionalizado se convierte en un "¡Pero bueno, no van a ser dramones iraníes todo lo que merezca la pena!".
Manejo una teoría por la que, desde que los Simpson dieron el relevo a los bicharraquitos de la Warner, para ser después superados en transgresión por los southparkeños y estos, a su vez, por los deslenguados cartoons de Seth MacFarlane y 'Jackass', el humor ya no tiene vuelta atrás. O te ríes de la caída por las escaleras del vecino o hemos adquirido tolerancia.
El humor hardcore, cabe apuntar, puede empezar a ser considerado una de las bellas artes del siglo que nos ocupa. Nada se me antoja más inteligente en la comedia actual que el salvajismo de 'Arrested Development' (mucho más cruel que cualquier capítulo de los amarillos personajes de Groening) o la incomodidad y vergüenza ajena que provoca Michael Scott en 'The Office'. 'La cruda realidad' no entra de lleno en esa liga porque ha de plegarse a algunas de las convencionalidades y líneas definitorias de la comedia romántica, pero resulta un sanísimo ejercicio de descerebre, en absoluto dañino a largo plazo. Lo usas, lo disfrutas y lo tiras. Un perfecto ejemplo de la transacción económica ideal, plenamente satisfactoria para todos los contrayentes.
Valoración: 8/10
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