Cada vez que la convocatoria de una distribuidora y me dicen: "Acude a la proyección de nuestra nueva cinta mexicana", yo llevo a cabo un movimiento armónico y acompasado por el cual mis dos manos forman un arco encima de mí para poco después posarse ambas en mi occipucio a modo de lazo de manera que cualquier observador externo podría entonar la frase que sigue: "Mirad a ese crítico de cine. Se acaba de echar las manos a la cabeza".
Ello se debe a que creo que me van a atormentar con lo mismo de siempre, una película de fronteras; de inmigración y fronteras; de violencia, inmigración, fronteras e injusticias. Ya la he visto. Manos en la cabeza. Y se cuentan con los dedos de una mano las comedias mexicanas netamente lúdicas que las salas de versión original piensan que nos interesarán (hace mucho ya de 'Temporada de patos'). Sé que mi prejuicio es horrible y dañino, que con él no termino de valorar en su justa medida los valores estrictamente cinematográficos y que me meto en la sala a punta de pistola, pero es que este año ya he tenido que tragar con 'Paraíso Travel' (Colombia), 'Norteado' (México, todavía sin estrenar) y con esta 'Sin nombre' (EE.UU-México, con director californiano).
Ciñéndonos a la que nos ocupa, entiendo que sus intenciones son absolutamente nobles y que su vocación de abrir las miras con respecto a una inmigración algo menos prototípica de la que estamos acostumbrados (aquí la frontera importante a cruzar no es la que separa Norte de Sudamérica sino las distintas junglas que encierra el país centroamericano en su seno). No obstante, la historia de bandas (maras) que aliña el viaje de los hondureños cabeza de cartel (y de turco) resulta tan poco interesante como emotivamente nula.
Imposible que nos impliquemos con el destino de ninguno de los protagonistas de sus agresores o de los extras necios que pueblan los techos de los trenes que llevan a un futuro mejor. Fukunaga insiste en que sus inmigrantes son todos idiotas. Yo no le niego la mayor, no les conozco, pero protesto por no encontrarme algo más de carisma, algo más de genio, algo más de cine.
Ello se debe a que creo que me van a atormentar con lo mismo de siempre, una película de fronteras; de inmigración y fronteras; de violencia, inmigración, fronteras e injusticias. Ya la he visto. Manos en la cabeza. Y se cuentan con los dedos de una mano las comedias mexicanas netamente lúdicas que las salas de versión original piensan que nos interesarán (hace mucho ya de 'Temporada de patos'). Sé que mi prejuicio es horrible y dañino, que con él no termino de valorar en su justa medida los valores estrictamente cinematográficos y que me meto en la sala a punta de pistola, pero es que este año ya he tenido que tragar con 'Paraíso Travel' (Colombia), 'Norteado' (México, todavía sin estrenar) y con esta 'Sin nombre' (EE.UU-México, con director californiano).
Ciñéndonos a la que nos ocupa, entiendo que sus intenciones son absolutamente nobles y que su vocación de abrir las miras con respecto a una inmigración algo menos prototípica de la que estamos acostumbrados (aquí la frontera importante a cruzar no es la que separa Norte de Sudamérica sino las distintas junglas que encierra el país centroamericano en su seno). No obstante, la historia de bandas (maras) que aliña el viaje de los hondureños cabeza de cartel (y de turco) resulta tan poco interesante como emotivamente nula.
Imposible que nos impliquemos con el destino de ninguno de los protagonistas de sus agresores o de los extras necios que pueblan los techos de los trenes que llevan a un futuro mejor. Fukunaga insiste en que sus inmigrantes son todos idiotas. Yo no le niego la mayor, no les conozco, pero protesto por no encontrarme algo más de carisma, algo más de genio, algo más de cine.
Valoración: 4/10
Estreno: 30 de octubre de 2009
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