21 sept 2010

Glamour donostiarra


Las cafeterías de la zona de Gros, enfrente del majestuoso Kursaal, tienen las paredes llenas de fotografías de famosos. Su cercanía a la zona caliente de proyecciones hace que los actores se reencuentren casual u organizadamente unos con otros para ponerse al día de tal rodaje o tal otro. Los ciudadanos de a pie, periodistas acreditados o cronistas de GQ asisten cómplices al fenómeno de apareamiento social. No es infrecuente que un actor de ‘El internado’ sujete un zurito con la mano izquierda, un boli hiperactivo (harto de dibujar el mismo autógrafo), con la derecha y un pintxo en la boca (se conoce como la “postura Bruce Springsteen” cuando a éste le dio por tocar tres o cuatro instrumentos a la vez). Es lo que tiene la semana del cine de San Sebastián, que durante ocho días las estrellas descienden a la Tierra y los camareros fotografían a sus reputados clientes.


De lo visto hasta la fecha hay una indiscutida figura que ha acaparado el mayor número de portadas de periódicos, aperturas de informativos, entradas de internet y peticiones de matrimonio a voz en grito. 2010 será el año en que Julia Roberts vino a recoger el premio Donostia a toda una carrera que se entregó ayer por la noche. 'La novia de América', de negro inmaculado y cabello recogido a lo Audrey Hepburn emanaba un brillo especial. 


No es de esas actrices que ves de cerca en la Castellana y parecen más bajas o más gordas o más series que en la gran pantalla. Julia gana de cerca y además alborota todo lo que está en su radio de alcance. El aura que viste en algunas de sus películas no es un acierto de los directores de fotografía. Habría que rebozarla en harina para que se atenuara (un poco) su resplandor.

La flanqueó en la rueda de prensa nuestro Bardem, coprotagonista de ‘Come, reza, ama’, película que ambos venían a presentar. Se regalaron los oídos en una rueda de prensa en la que el director Ryan Murphy (‘Glee’) y el secundario Richard Jenkins (‘The visitor’), protagonistas en cualquier otro contexto, se sabían comparsas. 


Si nos bajamos del carro de oscarizados y nos fijamos en jet set apenas un par de escalones por debajo, han destacado también estos días los británicos Olivia Williams y Peter Mullan. Londinense ella, él de Glasgow, como bella y bestia acapararon respectivamente el interés del gremio periodístico. Williams venía a recoger el premio Fipresci de la Crítica concedido a ‘El escritor’ como mejor película del año en representación del eternamente ausente Roman Polanski. 


Mullan, cara destacada del cine social más celebrado de Ken Loach y director de ‘Neds’ (cinta a concurso), apareció en modo barba mendigo y demostró gran sentido del humor al contestar a los gritos de la masa enfervorecida apostada en las puertas del Hotel María Cristina con un “Ya bajo, dadme dos minutos”, mientras se entrevistaba con GQ. Los gritos, claro, eran para la Roberts, recién llegada. John Malkovich, Léa Seydoux, Josh Radnor, del que ya hablamos ayer largo y tendido, completaron el repóquer.


Tienes suerte si coincides con una de esas estrellas fugaces. Nunca sabes cuándo van a volver ni si tendrás oportunidad de verlas de nuevo. Son actores que por lejanía geográfica e idioma no compartido adquieren carácter de deidades. Más cercana pero también muy perseguida resulta la cosecha nacional. Las fiestas de celebración de cada película a concurso pueden aglutinar en escasos metros cuadrados a Santiago Segura, Borja Cobeaga, José Coronado, Verónica Sánchez, Quim Gutiérrez, Adriana Ugarte o el reparto al completo de ‘Blog’ (seis adolescentes correteando con el móvil echando humo de tanto sms). Heterogénea muestra de glamour patrio. No levantan tanta polvareda como Julia Roberts, pero si les sueltas un piropo a cambio de una foto, no se te echan 20 guardaespaldas encima.

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Lee el artículo original en GQ.com.

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