29 jun 2008

El búfalo de la noche (Jorge Hernandez Aldana, 2007)



Casi todo lo que sale de la pluma de Arriaga es extremo. En este caso, una novela. Y de tan pingües beneficios artísticos han hecho acopio todos sus manuscritos, que alguien pensó que esta narración, El búfalo de la noche, sería un buen guión. La suciedad, el sudor, la pasión y la traición de la obra original están bien plasmadas en su traslación fílmica por Hernández Aldana, lo que pasa es que la historia no es tan brillante como Amores perros y el resto de la camada porque en esta ocasión parace que la propuesta de Arriaga es la del dolor por el dolor.

Gregorio es esquizofrénico y le internan. Su amigo del alma, Manuel (Diego Luna), aprovecha la situación para demostrarle lo buen compadre que es chingándose a su novia de modo que no sufra en soledad. Turbia, pues, la trama. Luego se mete entre medias la hermana del perturbado, que también se lleva sus arrimoncitos de parte del hiperactivo luna. Sangre, sudor y lágrimas, como es ya marca de la casa. En esta ocasión se suman instintos homicidas y autolesivos. No me imagino, de verdad a Arriaga escribiendo comedia soft.

Omar Rodríguez-López hereda la batuta de Gustavo Santaolalla, poniendo siempre un ojo en su estridencia atmosférica, que desprende un hedor hermético y podrido. El montaje tiene una estructura calcada a la esquizofrenia de Iñárritu, cuya sombra se cierne sobre todo lo que huele a caos en México.

Cleaner (Renny Harlin, 2007)


Que nadie se lleva a engaños ni se deslumbre por el reparto de este thriller de argumento poco convencional. Cleaner (limpiador) hace alusión a la profesión de Samuel L. Jackson, a quien esta vez le toca ir de contenido. Tenemos dos tipos de Jackson: Jackson contenido (Al límite de la verdad, Coach Carter, Jungla de cristal 3) y Jackson 'pasao' (Pulp Fiction, Black Snake Moan). En la que nos ocupa se adhiere al primer registro, también conocido como registro pardillo, también conocido como registro pobrehombre; y dentro del mismo, al subregistro policía. Tiene, si se fijan, muchos papeles de policía detective y similar.

Le preguntaron en la rueda de prensa de presentación de este thriller en el pasado San Sebastián si no se estaba encasillando y el bueno de Samuel casi se come al periodista. Literalmente. Suerte que la improvisada barrera de sillas que posicionó entre él y la muchedumbre le impidieron su maniobra homicida. Son los problemas que tiene ser una prima donna, que a veces por un exceso de celo no puedes matar a quien quieres.

A lo que iba: limpiador, pero no chacho (masculino de chacha en tiempos post Aído). Limpiador de escenas criminales, un día engañado para sacar brillo al escenario de un asesinato todavía no investigado. Y se mete en líos, claro. Le chantajean, problema que tiene que sumar a la tormentosa relación que le une, viudo, con su adolescente y rebelde hija. Si por casualidad todavía no se han atragantado con la sarta de tópicos relatada, añadan un policía de dos caras (Ed Harris repite el papel de la muy, muy, muy, muy (muchos 'muy' más) superior Adiós pequeña, adiós) y una mujer fatal (Eva Mandes, a quien alguien le ha dado por pensar que suma en los thrillers, recuerden la muy valorada y aburridísima La noche es nuestra). Así pues, nos encontramos con un reparto taquillero y prestigioso para rodar una intriga pretendidamente original pero profundamente tediosa a manos de un director que dio lo mejor de sí mismo, hace casi dos décadas, situando a McLane en un aeropuerto.

Pero, esperen, que se me acaba de ocurrir otra maldad: ¿Alguien se acuerda de un director, aparte de Tarntino, que le haya ofrecido un papel a Sam que no sea un auténtico tostón? Igual ese periodista que casi fenece no estaba tan errado.

27 jun 2008

El incidente (M. Night Shyamalan, 2008)


Lo que en La niebla de Darabont y King encerraba algún tipo de absurda lógica, el mal inesperado e inexplicable contra la sociedad global, aquí no existe ni por casualidad, porque Shyamalan juega a ser arbitrario. La misma mala leche que generaba Lynch al coser ensoñaciones, unas con otras, sin más criterio que el de molestar a todo el mundo en Inland empire, es la que genera el ex genio indio. Si con La joven del agua proponía un juego restringido sólo apto para almas blancas y sin picardear, aquí ha parido una película para tragalotodos, para gentes cándidas, buenas y sin malicia; gentes que no pueden llegar a creerse que el depositario de sus ocho euros ha preferido excretar que elaborar.

Puede que la culpa sea mía, que por desventura me metí en un cine doblado cuando creía que era un cine original. Pero eso sólo explica la inoperancia de Wahlberg y Deschanel (y sólo a medias, porque su lenguaje no verbal también es para echarse a temblar).

Se presta al spoiler esta cinta de terror, así que seré lo más etéreo posible en las patadas que propinaré a El incidente. Los fenómenos que atacan en esta ocasión al hombre manso no son marcianos, espíritus, lobos camaleónicos o sociedades fascistas estancadas. Ahora es la naturaleza encolerizada. Visto así, el cine de Shyamalan puede parecer una chorrada superlativa, me he percatado mientras dibujaba líneas, pero siempre me había divertido y, con Story, fascinado.

Con esta El incidente, el director (guionista, productor...) de orquesta se ha emborrachado de su aura de todopoderoso Midas, pero la verdad es que la taquilla le está empezando a dar la espalda. Ya le ocurrió en menor medida con su fábula acuática pero, en esta ocasión, su ensayo sobre el terrorismo naturista resulta un bluff tan superlativo que es difícil que se mantenga arriba del box office tras una primera semana de boca-oído. En suspense se manejaba; en fantasía, conmovía; en horror... horroriza: el comienzo de la cosa, la cosa misma y el final de la cosa son un intento, supongo de emular al Hitchcock aviar cuando lo único bueno que tenía la cinta de Tippi Hedren era la novedad.

Tal es el desastre que el bueno, y desaprovechado, de Leguizamo materializa al final de su papel lo que todo el patio de butacas estaba deseando hacer. No le ha salido esta a Shyamalan y la verdad es que se ha alejado del borde por mucho. Para empezar porque, si partes de una idea peregrina, lo menos que puedes hacer es intentar mantener el interés. Y el final, ese final... El de Darabont me repugna, éste, directamente, no lo valoro.

25 jun 2008

Rivales (Fernando Colomo, 2008)


Un crítico de prestigio sentado a mi diestra en el pase de prensa me codeó las costillas nada más empezar la proyección de Rivales, la última de Fernando Colomo, y me susurró (porque en el cine no se debe hablar, si acaso susurrar): "Jo, el mismo reparto de siempre". "Sí, como Gente de mala calidad, que la estrenan el viernes", le respondí. El pastel del cine español se lo reparten entre los mismos desde hace algún tiempo. Rosales y Vigalondos aparte, parece ser que la única manera de llenar las butacas de este país con producciones autóctonas es atestando los repartos de actores televisivos o franquiciados.

No es mala cosa si de vez en cuando se encuentra la piedra rosetta, esto es El otro lado de la cama (fíjense en que no menciono su mediocre segunda parte) o la divertida La torre de Suso, pero no es lo habitual. Aquí Colomo se vale de un guión de Joaquín Oristrell e Inés Paris para hablarnos de rivalidades madrileño-barcelonistas. No es que sea devoto de estos dos escritores, pero lamento sus horas bajas. Ejercen de parásitos residuales de éxitos futboleros como El penalty más largo del mundo, Salir pitando o Días de fútbol, también perpetradas por televisivos, ¿será epidemia?

Lo más vergonzante de todo es la utilización de Colomo de un rodaje subjetivo múltiple en un intento de emular a Altman. Un mal director consciente de sus limitaciones es simplemente malo. Si se llena de ínfulas, puede llegar a ser ofensivo. El reparto coral hasta extremos históricos se reparte un buen puñado de chistes más o menos acertados en una atípica road movie consistente en conducir a dos rebaños de futbolistas infantiles (unos barceloneses, los otros madrileños) a jugar un partido a Sevilla. Y digo yo, ¿qué se les habrá perdido en Sevilla cuando lo normal es que jueguen en casa de los unos o de los otros? Pues bien, el guión no lo explica.

Pero no se crean que los tiros de los tópicos van encaminados a decir que los padres son más asilvestrados aún, por lo forofos, que los hijos a quienes deben tutelar. Aquí los vástagos también son unos cafres de cuidado. No hay moraleja pues, y si mucha caspa en una comedia que seguro batirá montones de récords de espectadores y colocará a su director en el trono que abandonó en los 80, rodando de nuevo como en los 80. Lástima de Alterio, que hace lo que puede con una líneas aburridísimas y de una estupenda, como siempre, Rosa María Sardá, que estropea su actuación sin remisión con su forzado parlamento final.

Play time (Jacques Tati, 1967)


Refirió en una ocasión el visionario Truffaut que Play time parecía hecha por alguien de otro planeta. Si lo dijera la vecina del cuarto, sería simplemente una opinión a tener en cuenta. Si lo dice uno de los directores que revolucionó el cine en los años 60, algo de cierto habrá.

Es imposible acercarse al universo Tati de una manera que no sea cauta y perpleja. Lo que ves en la pantalla no se parece para nada a nada que se haya hecho anteriormente. Busca el autor en el cine lo que Sigur Ros en la música o el último montaje de Álbert Plá en el teatro, un mero pretexto para intentar crear algo bello.

Una serie de viajantes desembarca en el aeropuerto de París y se dan cuenta de que en nada se diferencia del resto de destinos que componen su maratoniano tour. Igual que los chinos, todas las ciudades parecen la misma. Dentro de este ambiente de confusa desorientación se van a mover durante 24 horas una serie de personajes desarraigados y con sombrero de los que siempre tendremos la mínima información posible. Como espectros en una ciudad de espectros. Pero tranquilos, el panorama no es desolador. Impersonal sí; aséptico, por supuesto, pero no desolador porque como si del invitado especial en una teleserie americana se tratara, asoma en pantalla monsieur Hulot, un contrapunto gentil frente al dramatismo de fondo. El paradigma de los torpes, primo del Peter Sellers de El guateque y padre no reconocido del lacónico Mr Bean. Un hombre aturdido y sobrepasado por el progreso, que mediante su desconcierto, logra insuflar toneladas de coherencia al entramado gris metálico, acristalado y otra vez gris que es la capital francesa.

Se escinde del conjunto una crítica a la sociedad posmoderna. La misma a la que tildó Lipovetsky como “era del vacío” es la que con encuadres marcianos quiere dibujar Tati. El mundo es a través de sus ojos un laberinto sin lógica que nos hace sentir como hámsters en cautividad. Los personajes más asilvestrados y no iniciados observan lo grotesco de la asimilación de la norma establecida que aliena y deshumaniza. Todas las idiosincrasias del carácter individual quedan supeditadas a la dictadura de lo cool y a la del agotamiento inmediato de las tendencias y vanguardias caducas.

La apertura de un restaurante en la ciudad es un acto inexcusable al que debe acudir la crême de la crême. Todo aquel que no logre aceptar la regla del monocromatismo o de el baile robótico y serializado es un paria que se deberá someter al derecho de admisión.

De la misma manera que en los años 20 un bastón y un bombín evocaban a Charlot, un sombrero y un paraguas en la Francia de los 60 recordaban a Hulot, su más coherente y fiel sucesor. Tiempos modernos tiene en Play time una más que correcta secuela. La única legítima, ya que Tati, al igual que Chaplin, como amantes de lo visual y de la cultura del mimo que eran, pensaban que el gesto era la más bella de las artes. El sonido sucio y maltratado es molesto y prosaico. Nada hay más cinematográfico que una pipa seguida de un hocico y un gesto escrutador. Ésa es la mayor declaración de principios del francés galáctico: la crítica social como fin, el humor como pretexto, el surrealismo como medio y la economía como axioma.

Pero cuidado, no todo es deslumbrante y arrebatador en Play time. Los enemigos del cine mudo, los que detestan a Laurel y Hardy y quienes prefieran beber arsénico a ver otra de las entregas de los hermanos Marx no encontrarán nada que les atraiga en Tati. Es cine de indudables méritos que transgredió numerosos tabúes de la época como introducir Panavisión en un contexto decididamente urbano, pero también es un cine que requiere elevadas dosis de condescendencia para su disfrute. Sin ella, la mayoría de las escenas, que son alargadas como un chicle hasta provocar al espectador cierta sensación de incomodidad y una risilla nerviosa, son difíciles de soportar.

Para acabar, es justo resaltar que Play time no es absolutamente pesimista. Han sido 24 horas en la insomne París. Un día entero sembrado de coches clónicos y de personas clónicas y de edificios altos, altos y alargados, alargados. Pero después de todo, la vida filtrada a través de Hulot hace ahora que los automóviles sean de colores y circulen dibujando divertidas caracolas. Sigue habiendo hormigoneras, pero ahora también hay heladerías.

24 jun 2008

Charlie Bartlett (Jon Poll, 2007)


Anton Yelchin, el vástago de Hank Azaria en la extinta Huff, encarna al protagonista que da nombre a Charlie Bartlett, un Mumford adolescente, problemático y sabio, que busca el reconocimiento de sus vecinos por encima de cualquier otra cosa, con los beneficios y perjuicios colaterales derivados de la empresa.

El joven de rica estirpe, acreedor de importantes taras heredadas, se reinventa constantemente a sí mismo gracias a su abundante ingenio. El muchacho tiene recursos. Asediado en un principio por los matones del instituto, decide hacer uso de su encanto para revertir la situación y convertirse en el amo de los perros de presa. La situación desfavorable inicial propicia el que la chica problemática (maravillosa Kat Dennings; futura estrella, seguro) se fije en él desde el primer momento. Su presencia es necesaria para detonar una serie de interruptores apagados en el carácter de Bartlett.

El marco adulto, conformado por Hope Davis y el siempre excelente Robert Downey Jr., viene a decir que son muchas veces las que los equivocados son los más veteranos, que tienen más dudas y miedos que aquellos a quienes deben encaminar. Trampas y más trampas en una película no tan convencional como cabría esperar, de buen ritmo y telegrafiado final. La gente es buena, perdona y se salva. Quien no quiera eso, que vaya al teatro, que esto es Hollywood.

Jack and Jill vs. the world (Vanessa Parise, 2008)


Recuerdo que cuando hace nueve años se estrenó aquella parodia del Pigmalión llamada Alguien como tú, los carteles del metro madrileños rezaban promocionalmente "¿Conoces a alguien más guapo que Freddie Prinze Jr.?". La tal frase no consiguió que el efectivamente apuesto chaval se convirtiera en el galán global que se pretendía y ha vagado durante todos estos años por películas de dudosa calidad. Ahora, con 15 kilos, más nos llega lleno de tics, parece un Keanu Reeves de saldo que se ayuda del tabaco en su método interpretativo. Fuma sin piedad en un papel que ha servir de apología contra ese apestoso elemento.

Su compañera, Taryn Manning, dueña de una extensa (cinco estrenos previstos para 2008 y cuatro, de momento, para 2009) y desconocida carrera en relativo poco tiempo, le da la réplica. No es la dueña de un perfecto cutis, es bajita y tiene un cuerpo insignificante. Su sonrisa es difícil de asimilar y su pelo demasiado amarillo. Él, como dijimos, es un ceporro en horas bajas. Con todo y con eso, extrañamente funcionan juntos.

Vanessa Parise, directora dueña de una indeterminada edad entre la treintena y la cuarentena (en su MySpace figura como centenaria y en iMDB, no figuran sus años directamente), es una chica renacentista. Dirige, escribe e interpreta (no mal, por cierto). Es guapa y cínica, se le nota, y saltó a la palestra hace seis años con su segunda película Puedes besar a la novia, un fresco sobre las tradiciones familiares italianas y sus alambicados rituales de casamiento. He intentado averiguar si aquella película de fotografía tan deficiente, aunque bastante premiada, tenía tintes autobiográficos, pero todas las pistas dan Los Angeles como punto de partida de Vanessa.

Jack and Jill vs. the world, de poético y acertado título, es una parábola de amor y muerte inconclusa. El amor como soplo vital que mueve lo roto en los últimos estertores, una apología del carpe diem a pesar del cronómetro que agobia y constriñe. Los locos, los maravillosos locos, se convierten siempre en el motor de las emociones en un mundo lleno de oficinistas lemmings. El encanto para llenar de alegría la vida del aburrido Jack es desprendido por Jill en cantidades industriales, tan desproporcionadas, que le cambia, ¿cómo si no?, la perspectiva. En ese sentido la película es honesta, pues sin ser innovadora da lo que promete, sin más. Pero da lo que promete.

Antes de llegar al final mil veces visto ya, resulta ejemplar el proceso romántico por el cual se alía la pareja protagonista, marciano y poco traumático como pocos. En ese sentido, el manejo del montaje, con una inteligente estructura elíptica, es ejemplar. Nos enamoramos de estos chicos tan complicados y tan imperfectos a la vez que ellos entre sí.

Quienes sean amantes de las turbulencias al estilo Coixet y Joan Chen -los frikis sabrán de qué les hablo-, tienen aquí a una doctoranda más en temas de angustia. Señoras y señores: Vanessa Parise.

23 jun 2008

Nacho Vigalondo: "Hay mucho de despectivo sobre mi presencia en mis películas"


Nacho Vigalondo es el nuevo Santiago Segura del cine español. O al menos juega a eso. Se sabe consciente del aura simpática del personaje que ha creado desde que en 2003 nominaran a los Oscars su corto 7:35 de la mañana. Por fin ha conseguido estrenar su primer largo, Los cronocrímenes, una película de la que Tom Cruise adquirió los derechos del remake (vía Steven Zaillan, En busca de Bobby Fischer) antes de que nadie se la comprara en España.

EL HOMBRE MÁS AIRADO DE HOLLOWAY: ¿Cuál es el problema de la industria española? ¿Por qué en Estados Unidos se dan cuenta de que Los cronocrímenes merece la pena y aquí ha habido tantos problemas de distribución?

NACHO VIGALONDO: Tristemente está siendo un hecho generacional. Para mí es un escándalo que un director como Luis Berdejo, cortometrajista de éxito, debute en Estados Unidos con The new daughter; que los hermanos Pastor debuten en Estados Unidos; que Gonzalo López-Gallego haga una película como El rey de la montaña, que ésta sea la mejor distribuida del año en todo el mundo, que gane premios fuera y que aquí casi no se estrene. Está pasando algo: algunos estamos planteando una renovación de cierta forma de hacer cine y, a la vez que encontramos aprobación internacional, el país que más se nos resiste es España, que es donde nos encontramos críticas negativas. No recibimos el mismo reconocimiento que fuera y alguien tendría que explicar qué pasa.

E.H.M.A.D.H.: No todos los personajes de Los cronocrímenes son conscientes de la trama de ciencia ficción que acaece…

N.V.: La ciencia ficción nunca es el fin sino la herramienta para llegara a otros puntos. El último tercio de película ya no tiene nada de ciencia ficción. Parece una Fritz Lang o de Raoul Walsh: suspense, tres personajes, una pistola y una bala. También tiene un aire a lo Hitchcock, algo parecido a La soga. En ese sentido he sido muy franco. No me ha interesado saber cómo es el futuro. No quería naves espaciales ni efectos especiales sino llegar a un determinado punto dramático. Por eso es difícil que la gente me catalogue y ver por dónde irán ahora los tiros en mi carrera.

E.H.M.A.D.H.: De alguna manera tiene una carrera paralela a la de Juan Carlos Fresnadillo. A él le costó mucho tiempo estrenar Intacto y mucho mas 28 semanas después.

N.V.: Es cierto que tenemos semejanzas, pero también hay muchas cosas que nos hacen distintos. Él es muy perfeccionista, muy obsesivo y minucioso con lo que hace. Su método de trabajo es así. Y creo que la razón de mi tardanza es otra. Yo soy mucho más visceral e inmediato; en mi caso los problemas vienen después. Juan Carlos, con el que me une una buena amistad, tiene su ritmo, mientras que yo estoy desesperado por hacer muchas películas.

E.H.M.A.D.H.: Él hace una película aquí y después una secuela en Estados Unidos. ¿Cuál es la secuela que usted quiere dirigir en Hollywood?

N.V.: Haría encantado 28 meses más tarde. La idea de hacer una secuela me parece muy atractiva. Pero para ello debería tener potestad en el guión, querría diseñar la historia o que estuviera escrita por alguien de total confianza y solvencia.

E.H.M.A.D.H.: ¿Qué tal es usted como actor?, ¿cómo se dirige?

N.V.: Pues con un sentido crítico tremendo. Intento ser lo mas humilde y lo más autocrítico posible; y confiar mucho en los cómplices que tengo en los rodajes, que me dicen que no antes de que yo compruebe lo que he hecho en el monitor. Creo que en ese sentido, como en el de escribir y dirigir, si no hay autocrítica, no avanzas.

E.H.M.A.D.H.: ¿Se ha contratado a sí mismo como actor porque salía barato?

N.V.: Sí, soy profundamente barato, pero lo que pasas es que, de alguna manera, me gusta jugar conmigo mismo en algunas historias. De la misma manera que hay escritores que se meten en su novela o hay pintores que se hacen un autorretrato, a mí me gusta jugar conmigo mismo. Luego me doy cuenta de que es tirar piedras sobre mi tejado, que hay mucho despectivo sobre mi presencia en mis películas.

E.H.M.A.D.H.: Pero juega con la complicidad del espectador. Muchos de los que vayan a ver Los cronocrímenes lo harán porque es de Nacho Vigalondo. Y dirán: “Nacho esta en la pantalla”…

N.V.: …y esta haciendo un croquis para que la entendamos…Sí, supongo que es cierto.

E.H.M.A.D.H.: El blog cinematográfico que escribe es uno de los instrumentos de promoción más imaginativos de los últimos tiempos.

N.V.: Si, y en realidad no estoy haciendo publicidad pura, porque intento vender la peli pero a la vez procuro no ser triunfalista, exportar mis miedos, mis inseguridades. Si fuese exclusivamente promoción, estaría casi exclusivamente lanzando bondades.

E.H.M.A.D.H.: ¿Cuando acabe la carrera comercial de Los Cronocrímenes seguirá escribiendo en él?

N.V.: Sí, porque lo escribo desde hace mucho tiempo. El de El País es de 2007 pero tenía otro desde 2004. En épocas de película me cuesta mucho hablar de otra cosa pero eso es porque apenas tengo tiempo para pensar en nada más. En los periodos en los que todo se relaja, hablo de lo último que he visto en el cine o del último pensamiento que se me ha cruzado.

E.H.M.A.D.H.: Hacía antes referencia a La soga. ¿Fue una inspiración a la hora de optar por un reparto reducido?

N.V.: Lo cierto es que me fijé más en Psicosis. La vi mucho. También tiene muy pocos personajes muy concentrados, un espacio limitado y mucha relación del personaje con el espacio. Karra Elejalde guarda paralelismos con Anthony Perkins y Bárbara Goenaga con Vivien Leigh. He huido un poco de hacer un homenaje explícito o un tributo demasiado evidente, pero creo que Psicosis está muy presente siempre. En concreto me basé, no en la escena de la ducha, sino en todo lo que viene después. Para mí, en cierta manera, todo eso está recogido en el segundo acto de nuestra película.

E.H.M.A.D.H.: ¿Con cuántas copias se estrenará Los cronocrímenes?

N.V.: Lo que es interesante es que empezamos con muy pocas copias y hemos ido teniendo más peticiones. Ha habido demanda de las salas y ahora hay un montón de cines que han querido la película. Andamos en unas 70 u 80 copias, lo cual está bien, porque no creo que ésta sea una película de cientos de copias.

22 jun 2008

Los cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007)


Pinta mal el comienzo de la ópera prima de Vigalondo. No los planos norteños del supermercado en el que hace la compra Karra Elejalde, sino las primeras líneas de diálogo. Los actores quieren hablar como la gente de a pie, pero no les sale. En el minuto 10 es cuando el espectador informado condesciende con el espíritu del autor, con su vocación de serie B y con la intrincada y sugerente propuesta que plantea. El título, Los cronocrímenes, que parece más orientativo de lo que en realidad resulta, apela a una ciencia ficción que en realidad sólo es un pretexto para el desarrollo dramático que le interesa a Vigalondo.

Hay viajes en el tiempo facilitados, no por un Delorean con condensador de fluzo, sino por un habitáculo circular que encierra un inconcreto líquido blanco. Pero no por ello han de desesperarse. No analicen, por favor no analicen la verosimilitud del atrezzo, ni la mejorable actuación del realizador –conforma la pata más débil de la mesa que sustenta el cuarteto protagonista–, pringado también en labores de escritura y actuación. El escueto reparto favorece el análisis de la situación. Sirve para eliminar distracciones de la ecuación dramática, que en realidad es un ejercicio teórico de las medidas desesperadas que adoptan los hombres en las luchas contrarreloj con el destino.

Y al espectador no informado, al que no sepa que Vigalondo (nominado al Oscar al Mejor Cortometraje en 2004) hace oposiciones para convertirse en el nuevo fenómeno mediático de la cinematografía española, pedirle que espere, que las chapuzas, la falta de medios y el aparente descuido de una puesta en escena ligeramente antihigiénica, son los envoltorios de una película audaz, que amalgama estilos y géneros de una manera casi inusitada en la producción nacional.

19 jun 2008

Bárbara Goenaga: "Ningún premio te da posibilidades reales de trabajar"


Bárbara Goenaga hace de “Chica en la carretera” en Los cronocrímenes, la ópera prima como largometrajista de Nacho Vigalondo. Su personaje, sin nombres ni apellidos, está superado por las circunstancias, perplejo, sin ser consciente de todo lo que pasa.

EL HOMBRE MÁS AIRADO DE HOLLOWAY: Su papel en la película no es un papel de ciencia ficción. Se adscribe más bien al drama… En realidad podría decirse que usted no ha debutado todavía en el género fantástico.

BÁRBARA GOENAGA: Cero patatero, es un dramón. Yo soy una pobre chica que se encuentra con un hombrecillo, que creo que necesita ayuda, y entonces es cuando se le viene todo el mogollón encima. Sigo haciendo dramas, es verdad. Lo voy a pensar. Voy a decirle a Nacho: “Oye, me han dicho que no salgo en tu película” (Risas).

E.H.M.A.D.H.: He oído que había leído diez veces el guión para entenderlo…

B.G.: Sí, es verdad. En imágenes es mucho mas sencillo que en papel. Al principio era un cacao. Tuve que coger un papel y hacer esquemas. Pero ahora sé que es un guión matemáticamente perfecto. No tiene fallos. Después de mil veces leído y seis visionados, puedo decir que no tiene ninguna pega.

E.H.M.A.D.H.: Antes de esta película, Nacho y usted ya habían coincidido en su segundo corto, Choque (2005). ¿Tenían química ya?

B.G.: Sí. La verdad es que nos conocíamos un poco de antes. Me comentó que tenía el guión de un corto y me lo dio a ver qué me parecía. Después de hacer Choque, forjamos una relación de más amistad. Más adelante me dijo: “Tengo un guión de largometraje, ¿te lo puedo dar?” Y yo le respondí: “Claro, y lo voy a hacer”. Y eso, sin haberlo leído.

E.H.M.A.D.H.: Usted le conoce prácticamente desde que empezó. ¿Cómo ha evolucionado desde entonces? ¿Ha cambiado a medida que se ha hecho más mediático?

B.G.: Él siempre ha sido el mismo. Recuerdo que cuando hicimos Choque en unos recreativos de la Gran Vía, rodábamos por la noche hasta las 8 de la mañana. Allí había una máquina para bailar como hacen los chinos, y bailaba perfecto. Y hace poco fuimos otra vez, y de nuevo se puso a bailar… es decir, que no ha cambiado nada. Y como director, no he notado ninguna diferencia entre Choque y Los cronocrímenes. Es como si supiera perfectamente lo que quiere transmitir con la película.

E.H.M.A.D.H.: Como le ve más desde fuera, ¿como actor, director o guionista?

B.G.: Es que yo le veo desde dentro (Risas). Le veo como todo. Yo le conocí como actor, en una obra de teatro y en un anuncio de la tele muy divertido, antes que como otra cosa. Y ahora está en una etapa de director, pero también de guionista porque sigue escribiendo mucho. No se le puede etiquetar, es un todoterreno.

E.H.M.A.D.H.: Estrenó la semana pasada 3:19, compartiendo reparto con Miguel Ángel Silvestre. Cuéntenos algo sobre su papel.

B.G.: También es el primer largo de un director mexicano, Dany Saadia. Su historia habla de las casualidades y mezcla animaciones de personajes históricos con lo que nos pasa a los protagonistas en la película. Dany es un director novel que ha querido salirse de lo corriente. Mi personaje está en todo el núcleo de la trama pero ella no se entera de nada. Es el amor platónico del protagonista aunque ni siquiera le conoce. Vive paralelamente a la acción siendo el centro de la historia. Pero puedo explicar poco, tengo personajes difíciles de explicar.

E.H.M.A.D.H.: Ha trabajado mucho en televisión y también en cine. ¿Desde Oviedo Express (Gonzalo Suárez, 2007), nominación al Goya Revelación incluida, la gente la reconoce más? ¿Cual es su situación?

B.G.: Llevo desde agosto sin rodar y promocionando no sé cuantas películas. Es muy raro porque estoy trabajando más que nunca, pero nada de actuar, que es lo que yo hago. La gente me conoce más, pero sigo haciendo castings. Creo que ningún premio ni ninguna nominación te dan posibilidades reales de trabajar. Conozco tantos casos de gente con Goyas, con Oscars, que llevan un año malo… Todo el mundo sabe quiénes son, pero, a lo mejor por ello, como les conocen tanto, no les ven para los personajes. Estamos en una continua oposición. Los premios quizá te dan una seguridad en ti misma como trabajadora, pero nada más. El día que empiece a rodar ya te contaré.

18 jun 2008

In Bruges (Escondidos en Brujas) (Martin McDonagh, 2008)


Brujas es una ciudad de cuento; In Bruges es un homenaje a su belleza y a la sensación de irrealidad que destila. Como Venecia, la ciudad belga tiene canales, pero no huelen. Las gentes son amables, sonríen casi como en el medievo, como si para ellos Nueva York estuviera tan lejos como la luna. Disfrutan de las buenas cosas de la vida, como el chocolate y las fries (patatas fritas). Se alimentan de esas dos cosas, son la piedra angular de su dieta. Ah, y van siempre en bicicleta. Cuando ves a un belga, y más concretamente a un brujo, piensas que la maldad no tiene cobijo en su alma. Es como si no pertenecieran a Occidente.

Hay un momento de In Bruges en el que Colin Farrell dice que no quiere subir a un torreón para observar la belleza de la ciudad desde las alturas porque es capaz de ver lo que hay a ras de suelo. "Vivo en Irlanda, me encanta Irlanda, no soy un campesino retrasado". Ese es el tono de su personaje, un asesino circunstancialmente encerrado en la ciudad del título. Y es un tono que deja perplejo al principio. Pero es adecuado porque cuando uno se libra de la idea de que se encuentra ante un capítulo de Planeta Finito, teatral e independiente, empieza a degustar los rasgos de autor de Martin McDonagh, dramaturgo inglés ganador del Oscar al mejor Corto en 2004 por Six shooter (protagonizado por Brendan Gleesson, quien da aquí la réplica a un muy malhumorado Farrell).

Ambos protagonistas, llenos de demonios internos viajan a la ciudad de las hadas para emprender un camino de redención. Es acertada la atmósfera excéntrica para dotar al conjunto de un carácter surrealista, alejado de parámetros hollywoodienses o simplemente convencionales. Funciona la mezcla de estilos como funciona la sobreactuación de Ralph Fiennes, un actor que bien mirado no es peor que Daniel Day Lewis y que compone a un malo que no cae en la caricatura y que en las escenas de persecución es bastante espeluznante. Digan tres hurras por el debut de McDonagh.

17 jun 2008

No tan duro de pelar (Steven Brill, 2008)


Hay veces en que uno se plantea por qué hace lo que hace. A dónde lleva la disciplina espartana. Por qué escribir cuando está claro que no hay nada sobre lo que escribir. Algo de eso siento mientras me planto delante de las teclas a escribir sobre No tan duro de pelar, película que lleva por título una idiota parodia de la que protagonizara Clint Eastwood en 1978.

Cuando me he parado a reflexionar, me he dado cuenta de que en el panorama editorial españolm raramente dedican espacio a toda esta serie de subproductos cuyo único público potencial son los borrachos drogadictos quinceañeros. Un beso para todos ellos. Yo no la vi en las mejores circunstancias: me encontraba solo, no padecía un coma etílico y no tenía una jeringuilla de heroina enchufada a mi brazo. No estaba con amigos porretas, éramos la peli y yo. Mala combinación.

Ni El país ni Cinemanía dedican habitualmente más que unas escuetas líneas a las películas exentas de valores. Metrópoli -aunque ellos con una semana de retraso, nunca lo he entendido- y Fotogramas sí lo hacen. Chapó para ellos. La razón que no resulta particularmente sencillo hacerlo. No hay nada que escribir aparte de ciertos arranques de graciosillo ofendido y enfadica. Por eso no me sentiré muy culpable al no hablar de planos y encuadres, de dirección artística ni de dirección de actores. Porque simplemente no hay nada de eso. Sólo está Owen Wilson, que en su registro habitual da lo habitual.

Prometía más esta comedia de instituto sobre unos panolis marginados que deciden contratar a un tunante como guardaespaldas contra los matones del instituto. La trama empieza y acaba ahí, sin giros ni genio por encima de la media de los productos de su calaña. Seth Rogen (Supersalidos) y John Hughes (El club de los cinco) se escondían tras un guión que ha acabado siendo a la postre el primer resbalón de la factoría Apatow, ese genio de nuestro tiempo.

16 jun 2008

Posdata: te quiero (Richard LaGravenese, 2007)



Richard LaGravenese atesora hasta hace poco más reconocimiento como guionista que como realizador. A pesar de la tibia acogida de sus películas De ahora en adelante y Diarios de la calle, fue convocado para filmar uno de los capítulos de Paris, je t´aime, con lo que se puede intuir que es considerado como autor por parte de la industria. Su capitulo con Fanny Ardant y Bob Hoskins no era muy brillante pero en él se apreciaba el gusto por los personajes.

Algo por el estilo podemos encontrar en su nueva comedia romántica, un tratado de cómo superar la pérdida sin rasgarse las vestiduras. Sin gravedad, con la sabiduría de las personas de corazón curtido. El sentido del humor que impregna la atmósfera hace que nunca perdamos de vista el sentido del mensaje: el amor es eterno y perdura, pero no como una losa sino como un regalo. La bondad de intenciones de esta carta de amor filmada no ha de considerarse como una ingenuidad, sino como una declaración de principios por la cual, partiendo de un buen esqueleto protagónico, se puede conseguir un competente divertimento a pesar de lo peregrino de su planteamiento.

Es posible que sin la la vis cómica de Hilary Swank (con quien LaGravenese repite después de Diarios de la calle y a la que le da un papel que no la desaprovecha como era ya costumbre) y sin el genio canalla de Gerard Butler, el discurso se hubiera despeñado por la pendiente blockbustera. Con el pulso de ambos, Posdata: te quiero deriva en una rara avis: el romance lacrimógeno desprovisto de vergüenza ajena. Además, la banda sonora, con temas de The Pogues, The Academy Is... o Steve Earle otorga un dinamismo pop que ayuda a que las penas con pan sean menos.

14 jun 2008

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (Steven Spielberg, 2008)


Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal tiene aroma. No es una película inodora. Pero no huele bien. Frustra observar lo fallida que ha resultado una empresa que llevaba gestándose más de una década. Diecinueve años han pasado ya desde que Mr. Jones y Junior se pasearan por la Alemania nazi a lomos de un sidecar, esquivando malos, sorteando balas, buscando reliquias, como siempre. Ahora el guión elegido, aterradoramente desquiciado una vez descartadas las buenas cosas que podrían haber hecho Shaymalan, Darabont o Kevin Smith, huele a viejo, a 1989, a intentar filmar una película en tiempos de pantalla verde como se hacía cuando las bobinas eran un concepto romántico y todavía no temían la competencia digital.

Hay que liberarse de prejuicios para degustar -porque también tiene sabor- la nueva aventura de Indy. Quitarse el equipaje, prescindir de la mochila que se carga con los años, que se llena de cinismo, para disfrutar como un niño chico. "Mola mucho la pelí, ¿verdad, señor?", me dice una niña pizpireta de unos ocho años regalándome todo ese montón de años que separan a un muchacho de un señor a la salida del cine. Ella ha quedado encantada. Quizé el problema no sea el código, puede que la culpa sea del receptor. Siguiendo esa máxima, ¿no estarían equivocados también todos los que salieron enfadados de La amenaza fastasma?

Aún así, a Harrison le quedan bien las ropas de entonces, y el sentido del humor aquel que destilaba con cada latigazo. Diríase que este papel le calza como anillo al dedo y que ha hecho un pacto con el diablo para que nunca le deje de casar. No es por ahí por donde se debe atacar al conjunto y sí por la vagancia de recurrir a unas fórmulas agotadas. Al sarcasmo facilón que se extrae del conjunto, al tono de caricatura que en los 80 estaba bien pero que aquí parece antiguo. No es posible trasladar las señas de identidad de una época a otra tal cual.

No funcionó en la Psicosis de Van Sant ni en el Abajo el amor de Peyton Reed. De alguna manera, sin que nada esté mal, aparte de un final esperpéntico, las piezas no engranan como es debido. Los malos son bastante planos (aunque esta ha sido una constante en la saga) y la historia se endeuda con una de sus supuestas hijas, La búsqueda. Al final, lo que mejor sabor de boca me dejó fue Karen Allen que, sin ser la sombra de lo que fue, sigue cargada de encanto. Ella si que guarda aroma y sabor.

11 jun 2008

Definitivamente, quizás (Adam Brooks, 2008)


Tiene cierta gracia Adam Brooks, el director de este romance policiaco. Artífice, pero sólo como guionista de las inteligentes French kiss y Wimbledon también tiene un borrón destacable en su trayectoria: la segunda parte de Bridget Jones, una película sin la que este mundo sería, sin duda, un poquito mejor. Venden Definitivamente, quizás como un nuevo tomate de la cosecha de quienes cultivaron Love actually y Bridget 1, pero la verdad es que aquí no hay romance sino más bien deconstrucción de un romance. El juego es como sigue: Ryan Reynolds, el camaleón, es un treintañero avanzado y divorciado con una hija en edad de procesar información. La precoz Abigail Breslin (Pequeña Miss Sunshine), insta a su padre para que le cuente la historia del desamor que comparte con mamá. Gruñón, el ejecutivo triunfador le dice que se lo contará pero a modo de acertijo, variando nombre y ciertos datos puntuales de modo que sea ella quien averigüe quién es su madre. ¿Por qué hace eso?, ¿por qué torea a su hija?... Cualquiera sabe.

Hay que entrar en el juego para no desesperar. Pero una vez dentro, la trama está bien construida pese a su caducidad. No perdura ésta en la memoria aunque sí el ángel de ciertos personajes. Hay buen ritmo y diversidad de caracteres: tres posibles candidatas para cautivar el ex corazón de papá. No cuesta mucho saber quién se llevará el gato al agua, pero eso a Brooks le da igual. Lo que a él de verdad le importa es la parte de los diálogos que enmarcan el quiero y no puedo existencial, el equilibrio imposible de trenes que van y vienen y paran en la estación justo cuando no les conviene. El problema de delegar demasiado en los actores y poco en el hilo argumental es que quienes no consiguen estar correctos en la interpretación o no tienen buenas líneas, salen mal parados, como Derek Luke, con un personaje aburrido, gris e intrascendente; como Elizabeth Banks, que es tan guapa que parece fea y no resulta simpática en cámara.

Rachel Weisz es un encanto, eso no es nuevo, y Reynolds, que poco a poco construye una carrera tan heterogénea como entretenida son lo mejor de la función. El espíritu de esta comedia nada tonta lo resume él en dos frases cruzadas con Isla Fisher (léase muy rápido):

-Isla (suplicante): Vamos a bailar.
-Ryan (indolente): No.
-Isla (insiste): Venga, vamos.
-Ryan (sin cambiar de expresión, rapidamente, poniéndose en pie como un rayo): Vale.

10 jun 2008

Fay Grim (Hal Hartley, 2006)


Llega a las pantallas españolas con dos años de retraso la, por el momento, última obra de Hal Hartley, el que por medios, vocación de mensaje propio e insobornabilidad, fuera el máximo exponente de la independencia norteamericana durante la pasada década, el hijo no reconocido de Cassavettes.

Fay Grim es la segunda parte de Henry Fool, pero no porque tenga algo que aportar a la anterior historia, sino porque Hartley debió encariñarse con los desgraciados de aquella entrega. No son personajes a los que se les pudiera sacar más partido, sobre todo de esta manera, pero, aún prescindiendo de la necesidad o no de un epílogo para aquella rara, escatológica y conmovedora historia, no se entienden muchas de las decisiones del neoyorkino.

No se entiende por qué meterse en camisas de once varas con un film de género, thriller de espías a escala internacional nada menos. No es su elemento. Su elemento es la cotidianeidad, la podredumbre y una labor como altavoz de los desamparados. Es como si Amenábar se pusiera a dirigir la sexta parte de Jackass, incoherente. Por otra parte, no encuentro explicación posible a su afán por inclinar TODOS los planos de la película. Lejos de considerarse como un recurso de autor o una innovación valiosa, es una pose ñoña y tonta que causa perplejidad y antipatía.

Casi nada le ha salido bien a Hartley en su vuelta al baúl de los recuerdos al margen de que recuerda inevitablemente a aquella gran cinta del 97 que merece constantes revisiones. Y del encanto que emanan Parker Posey, Henry Fool como estrella invitada, y un final mudo y acelerado, largo, intenso, ágil y perdurable. Todo lo demás, un renglón torcido que demanda ser solventado con una vuelta a las raíces.

Funny games (U.S.) (Michael Haneke, 2007)


Aquellos que estuvieran a punto de perder la cabeza con la frustración impotente causada por observar la violación de Monica Bellucci en Irreversible y no entendieran en su primera lectura, y sucesivas, cómo Holden Caulfield no acabó convirtiéndose en un asesino en serie, tienen en Funny games una herramienta más para turbarse de por vida.

Lo que se le puede cuestionar a la nueva película de Haneke es su necesidad, su existencia. Pero no porque ésta no sea una obra maestra, es porque ya existía. Es porque la versión que dirigiera el germano en 1997 era exactamente igual que ésta. No mejor que la presente, sólo más innovadora. Recuerda al experimento que Van Sant llevara a cabo sobre la Psicosis de Alfred Hitchcock. Las sensaciones que produce este brutal instrumento de terror contenido son las mismas hace diez años que ahora, sin importar el escenario o que los protagonistas hablen alemán o inglés.

La frustración en estado puro derivada de la maldad injustificada y arbitraria, del terrorismo en definitiva, y la impotencia de no poder defender a los tuyos son las teclas que acciona el director en esta tentativa de globalizar su mensaje. Con Naomi Watts de por medio en la producción ejecutiva salta al panorama estadounidense una bomba de relojería incómoda y cuestionable moralmente de la misma manera que lo era la virguería temporal de Gaspar Noè o La naranja mecánica del desaparecido Kubrick.

No es universalmente recomendable esta Funny games por poder causar traumas (no es broma), permanentes. La conmoción que el espectador corre el riesgo de padecer no se fundamenta en escenas de casquería que rayen el mal gusto. Toda la violencia esta fuera de plano. Pero Haneke, y para eso hay que ser un auténtico maestro, es capaz de congeniar amor con horror y a Mozart con hard metal en una certera metáfora musical. Los primeros cinco minutos en los que se observa a una familia feliz desde un plano cenital son soberbios. El resto también. Empezando por Michael Pitt, el imberbe perplejo de Soñadores, que se convierte en el villano más odioso que estos ojos hayan visto.

9 jun 2008

El increíble Hulk (Hulk 2) (Louis Leterrier, 2008)


La primera parte firmada por Ang Lee fue destacada por muchos como la más honda adaptación de un cómic Marvel. A mí, sinceramente, me pareció aburrida. Tanto como la épica historia de vaqueros cariñosos que rodara el chino dos años más tarde. Los miembros del equipo tampoco debieron divertirse mucho, pues nadie repite, con lo que se demuestra que los críticos no tenemos la más mínima idea de nada. Para este Increíble Hulk, Eric Bana muta en Edward Norton y Jennifer Connelly en Liv Tyler. El primer recambio, un regalo. El segundo, un poco desilusionante a priori, pero sin ninguna secuela una vez visto el filme. Reivindico a la hija de Steve como una de las presencias más estimulantes de todo Hollywood. Siempre con papeles del tres al cuarto y siempre ofreciendo un plus de encanto, luminosidad y belleza sin fisura. Como cuando a Zidane le tiraban un melón y devolvía un trallazo por la escuadra. Ding dong, Copa de Europa. Ah, y Leterrier (Transporter) por Lee. Daba miedo, sí, pero ni se nota.

Norton vive recluido en Brasil. Se oculta del gobierno que hizo de él un arma de destrucción masiva para no convertirse en su conejillo de indias y para no permitir que cultiven, modo piscifactoría, a otros desgraciados como él. Corre corre que te pillo. Ágil, dinámico, irreprochable en lo referente a los efectos. Aquí el monstruo verde no parece un holograma porque seis años de progreso ayudan a esas cosas. Los protagonistas elegidos para arropar a los tortolitos fugitivos son de enjundia como últimamente en el universo cómic. El equivalente al Jeff Bridges de Iron Man es aquí William Hurt. Y el de Terrence Howard, Tim Blake Nelson, actores de prestigio que se apuntan a esta pirotecnia para no tener que preocuparse de la letra del piso en un buen puñado de meses.

No hay, a simple vista, nada que se pueda reprochar a este nuevo Hulk. Funciona como comedia romántica y, como siempre, Norton dibuja una cotidianeidad que raya a un nivel desconocido por la mayoría. Hay gran duelo final, quizá algo largo, eso sí, y la adrenalina buscada acaba salpicando a cada uno de los habitantes del patio de butacas. Lo único que me queda en el tintero, lo que no puedo dejar de reivindicar son todas esas víctimas colaterales de las que nadie se acuerda. Nos preocupamos por la cabeza de cartel, porque lleguen de una pieza al minuto 115 y se acaben queriendo. Nos gusta que sus amigos y vecinos sobrevivan para que los protagonistas no se traumaticen. Pero en quien de verdad nadie repara es en todos esos extras que son utilizados por La Masa como arma arrojadiza. Ellos también son personas. Un minuto de silencio por la salvación de sus almas.

Chaos theory (Marcos Siega, 2007)



Ryan Reynolds, un genio de la comedia descubierto tardiamente en Van Wilder demuestra que sus bazas no sólo se limitan a hacer muecas. Con la cumbre de Marchando... siempre presente, intentó ser considerado como intérprete serio en Blade Trinity, La morada del miedo o Definitivamente, quizás. Este hombre de dos caras (parece dos actores distintos afeitado o barbudo) interpreta aquí a un metódico ejecutivo que somete todas sus actuaciones a una suerte de lista de la compra vital. Todo programado. Y si no, no ha lugar. En las antípodas de sus personajes de chiste.

Con un tono que pivota entre la comedia romántica, aunque sin demsiada alma, y el drama doméstico con niña, Siega duda a la hora de tomar decisiones que decanten su historia hacia un lado o hacia otro. De ahí su cierta tibieza y la incapacidad de los espectadores a la hora de mojarse o de simpatizar con la mayoría de sus personajes. No desentona ninguno de ellos pero están contruidos de manera enclichada, previsible, engrisada.

Sólo Reynolds se salva de la quema, pues con su versatilidad hace que empaticemos con su drama existencial, el del obsesivo que debe reinventarse cuando las cosas no van como quiere. Como decía Brad Pitt en El club de la lucha: "Sólo quien ha tocado fondo puede ser completamente libre". El realizador se muestra partidario del caos como herramienta curativa, como remedio para las enfermedad del tedio. No hay que buscar a la chica guapa que redima, aquí está bien atada desde el principio, lo único necesario, y para ello, La teoría del caos se antoja fundamental, es poner en orden los cimientos, lo que todos creemos que manejamos pero que corremos el riesgo de perder cada día.

Una chica cortada en dos (Claude Chabrol, 2007)


Cuánto mal ha hecho Woody Allen con su giro hacia la senilidad. No lo digo sólo por la cosecha de malas películas que viene cultivando desde que se le acabó la gracia con La maldición del escorpión de Jade, sino porque su cine tiene consecuencias. Que se lo digan a Chabrol, que con su Una chica cortada en dos, presenta un refrito de lo más detestable que ha hecho en la última década el artista clarinetista. El tema de la magia, explorado superficialmente en Scoop por Allen, tiene aquí un reflejo no sólo en los escenarios concretos sino también en el título, que pretende ser una metáfora, y todo lo contrario, en esta pretenciosa, horrible, aburrida película del que fuera precursor de la nouvelle vague.

Ludivine Sagnier, descubierta hace tiempo ya en Mi mujer es una actriz (Yvan Attal, 2001), juega aquí a ser nueva promesa. Como si en la edición francesa de GQ le hubieran propuesto al casi octogenario realizador que se sacara a una hembra lustrosa de la chistera para hacer un reportaje gráfico al rebufo. Sagnier es un buen especimen, no cabe duda, juega a hacer de Scarlett y sus encantos son indudables, pero igual que pasaba con la Nola Rice de Match point, hace falta más que un tipín para salvar un naufragio.

El nuevo juguete de Chabrol empieza, no obstante, con un ritmo endemoniado, con un envidiable compás escenográfico. Las conversaciones se suceden y todo el mundo, desconcertado, se plantea por dónde irán los tiros. Al final la cosa va de un escritor otoñal felizmente casado que se obsesiona con una presentadora de televisión jamona e impresionable. Además hay un joven desequilibrado y pijo que hace la competencia al viejo. Ahí surge un triángulo emocional que sirve para titular el pastiche.

Son sólo 35 minutos los buenos en una de las obras que servirán de testimonio fílmico (toquemos madera) al director de El bello Sergio, los inmediatamente anteriores a que la trama empiece a resbalarse por una pendiente de putrefacción y decadencia moral incómoda y aburrida. Recuerda por temática a la sordidez de Hable con ella: un telefilm hinchado por nombres, prestigio y aire.

8 jun 2008

La niebla de Stephen King (Frank Darabont, 2007)


La primera vez que vi anunciada La niebla pensé que esta nueva obra de Frank Darabont pasaría desapercibida para el público español. Es el director de Cadena perpetua y de La milla verde, sí; es el director que insistentemente adapta a Stephen King, y ciertamente con éxito, pero ahora no contaba con Tom Hanks. De hecho, la única vez que prescindió de él para optar por otro caballo ganador (Jim Carrey) en el abordaje de The Majestic, su único proyecto ajeno al escritor de terror, se metió un gran tortazo comercial. Curiosidad tenía pues por saber qué es lo que pasaba esta vez dejando al no demasiado carismático Thomas Jane a los mandos de la nave... Pues que en España se colocó número dos de taquilla en su primera semana sólo por detrás de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.

Una de las razones de su éxito puede derivarse del hecho de que King apadrine a la película ya desde el título. A la altura del Hamlet de Kenneth Branagh, del Drácula de Coppola y del Vampiros de John Carpenter. El nombre del autor como parte indivisible del encabezamiento. La otra: los espectadores de todo el mundo están ávidos de pasar un mal rato. Les gusta sufrir, retorcerse en la butaca. Y si, de vez en cuando, no son niñas gritonas sin cerebro las protagonistas de las angustiosas tramas, si se hace una propuesta de terror desde un punto de vista adulto, con personajes reconocibles, extrapolables a la vida cotidiana, es como encontrar un oasis en el desierto.

Ese ha sido el acierto de Darabont: poner el punto de vista en una aldea, introduciendo toda la galería de arquetipos posibles en una urna, de manera que las distintas ideologías vayan amalgamándose hasta tornar en guerra civil, al modo de una pequeña caricatura de nuestra sociedad contemporánea. Gran hermano con una amenaza en el umbral.

Es academicista, casi un manual de tempo y narrativa La niebla. Sólo adolece de algo más de carisma por parte de Jane y de una decisión errónea en el planteamiento de su desenlace. Y, si se analiza, es un error tremendo, puesto que el giro de tuerca que se propone llega cuando el espectador ya está conmocionado. No hace falta nada más. De verdad, no había que tirar por lo fácil. Es lo que diferencia a una película correcta de una notable. Diez segundos de más.

Claro que hay otros que no sólo se pasan en en fracciones de minuto y hacen temporadas enteras sobre chorradas inenarrables. Hablo de Jericho, que no me había hecho nada hoy, pero es una de las series más absurdas que he visto en tiempos. La referencia no es gratuita, quien le haya dedicado un tiempo al engendro de Jon Turteltaub, puede esperarse algo parecido en cuanto a premisa esta nueva película de Frank Darabont.

Algo pasa en Las Vegas (Tom Vaughan, 2008)


"Depende de lo que le pidas a una película", ese es el rasero que habría que aplicar, no una cataclísmica visión de las escenas con ánimo intransigente. No es diversión inteligente la que propone Algo pasa en Las Vegas, pero sí supone un instrumento desengrasante para hacer desaparecer brumas anímicas de domingo por la tarde. Los dos valores específicos con que cuenta esta cinta no son un secreto: Cameron y Ashton. El póster promocional, es toda una declaración de intenciones: "Pague la entrada y disfrutará del visionado ininterrumpido, durante hora y media, de dos de los más perfectos ectoplasmas cinematográficos hollywoodienses contemporáneos". No hacen falta las presentaciones, al igual que aquí, en tierra patria, las películas de Peeeeedro! se presentan como: "Un film de Almodóvar", en USA, la que nos ocupa es una de Cameron y Ashton, sin apellidos, sin el Diaz y el Kutcher que tanto echa mi madre de menos para saber de qué va el cotarro.

Hay chistes, todos los que caben, y una sucinta teoría acerca de sentar la cabeza con la persona adecuada o de enloquecer un poquito, también si quien tenemos enfrente lo merece. No hay pretensiones de grandeza aunque sí de taquilla. No en vano los distribuidores españoles decidieron traducir el título original, What happens in Vegas, haciendo un homenaje a la cinta que catapultó a Diaz al estrellato, Algo pasa con Mary.

Esta, desde luego, no se acerca en brillantez a la obra cumbre de los Farrelly, pero tiene un par de momentos, sobre todo cuando los dos secundarios toman la manija, que hacen que sin demasiada dificultad salpiques de coca cola-light (el verano esta a la vuelta de la esquina) a tu compañero de butaca de delante vía fosas nasales.

TV: Dawson crece


Kevin Williamson creó en 1998 una ficción televisiva para Warner que se prolongaría durante 6 temporadas (1998-2003). Su protagonista era un joven freak apóstol de Spielberg que tenía pasmosa facilidad para relacionar cualquier trifulca de su vida cotidiana con argumentos cinematográficos. Vivía a través del cine, hecho que quedaba muy patente al comienzo de cada capítulo (durante las tres primeras temporadas), cuando él y su enamorada Joey (Katie Holmes; quien luego sería la aberrante esposa del cienciólogo Tom Cruise) desencriptaban las claves de clásicos presentes o pasados. Era algo así como vivir el amor relacionándolo con lo que otros habían verbalizado antes para dar lugar al efecto idéntico en el espectador de la serie.

Por ello era tan importante ser coetáneo de los actores cuando Dawson crece se programó -erráticamente- en TV. A lo largo de 6 años observamos cómo James Van der Beek, la Holmes y Joshua Jackson (el tercero en discordia) crecen madurando -Williamson no entiende un devenir de las estaciones sin que estas arrojen gran cantidad de enseñanzas trascendentes-. Ese es el pecado de Dawson, su ansia de grandeza, su poco maquillada ambición de ser un decálogo de consejos para poder ligarte a la vecina de al lado, o a la que vive en la otra punta de Madrid pero con la que tienes un vínculo emocional más profundo que el resto de las parejas que te rodean.

Con toda su pretenciosidad, Dawson crece es un producto profundamente emocionante. Los tortuosos caminos que llevan hasta el corazón de una mujer no son fáciles de escrutar y a veces necesitan un manual de instrucciones. La serie de hoy, de apariencia näif, saludable y simpática es uno de los buenos. Porque te ayuda a sentirte un poco menos solo. Porque entiendes que si los jóvenes y guapos JASP yanquis tienen desazón, cuánto más vamos a tenerla los latinos de curvas imperfectas.

Me gusta Dawson también porque años después de que se dejara de emitir y de dejar de ser una referencia apelativa obligada cada vez que algún camarada de la manada se ponía un pelín demasiado profundo, de vez en cuando te encuentras tomando unas ricas piñas coladas y vuelve a salir, y lo entiendes, y sonríes al recordar.

TV: Los Simpsons - La hora chanante = South Park


Los Simpsons

Odio a a Los Simpson. O a Los Simpsons. Nunca he sabido si son en singular o en plural. Sé que son amarillos, supuestamente corrosivos y eternos. Nadie es tan inmortal como ellos. Siempre están ahí. Indefectiblemente, desde 1989, Los Simpsons colonizan mi televisión. Primero fue a las 22:00, los jueves por TVE 2, antes de ser La 2. Se anunciaban en la Teleindiscreta como "dibujos animados para adultos". Y sólo los padres más liberales y modernos permitían quedarse a sus vástagos despiertos hasta tarde para verlos. Luego Antena 3 compró los derechos y desde entonces los han programado una y otra vez, una y otra vez, y otra vez y otra.

Ya no me molesta porque ya no veo la tele. Antes la encendía a cualquier hora y estaban. Y me daba la sensación de que siempre era el mismo capítulo. Porque las bromas eran parecidas, las situaciones similares, los personajes igual de tontos siempre. Lo que caracteriza a Los Simpsons es que están protagonizados por tontos. Incluso Bart es un tonto de campeonato. Iba de pillo pero de repente se convirtió en travieso. Homer era el típico hombre de clase media borracho, irrealizado en su labor profesional y vago. Pero un día, allá por la segunda o tercera temporada, se convirtió en el tonto más grande de la galaxia.

No dudo que hay una gran crítica social detrás de tanto énfasis. No quiero afirmar que Matt Groening no sea un gran creador de personajes o de historias –son casi calcadas, pero sus absurdas puestas en escena la verdad es que son ingeniosas-. Aún así, a mí no me engancha. Siempre he sido un acérrimo defensor del cambio del sentido del humor global a partir de finales de los 80. Creo que si no hubiéramos tenido Cheers, Frasier, Friends, Seinfeld o Los Simpsons, la screwball comedy nos seguiría pareciendo brillante. Porque transgredieron. Porque se saltaron los tabúes de lo políticamente correcto y porque flirtearon con el surrealismo. Ya habían abierto caminos a ese respecto los hermanos Marx, Peter Sellers, Woody Allen o los Monty Python, pero los postochentistas lo consolidaron y lo teletransportaron a las sobremesas de todo el mundo sin ningún tipo de desembolso monetario. Ni canon. Ni hostias.

Aprecio el cambio en el sentido del humor que propiciaron Los Simpsons, pero ya observé, ya analicé, ya desterré. Me sirvieron para darme cuenta de que la comedia buena era la de Wilder, no la de Howard Hawks. La que te puede producir una montaña rusa de sensaciones a lo largo de 90 minutos, no la que te dibuja una sonrisa condescendiente y tonta mientras observas a Cary Grant y a Katherine Hepburn saltando de malentendido a malentendido mientras buscan leones o dinosaurios o qué sé yo. Sonrisas y lágrimas eran las que producían El apartamento, Irma la dulce o Bésame tonto. Se pueden ver mil veces y aún así no se agotan. Y eso no pasa con nuestros amarillos amigos.


La Hora Chanante

Tampoco creáis que soy un gran amigo del surrealismo, no soy chanante. Odio a los chanantes y a toda la cultura de lo atontado. No me gusta usar sus frases. Las entiendo, sí, pero me crespan los nervios. Siempre digo que van 20 años por delante y que no soy capaz de entender su genialidad. No me defenestréis. Me hacen gracia los Testimonios (Ahmadineyad el que más) como a todo hijo de vecino y admito haberme aprendido el rap del payaso, pero no se me caen los anillos cuando digo que a pesar de tener casi todos los capítulos en mi casa no me he parado nunca a ver ninguno de ellos. Nunca desplazan a una buena peli ni a un capítulo de South Park.





South Park

South Park, esos sí. Esos me ponen de buenas siempre. Abusan de sus cosas judías, de su humor local, y tienen algunos personajes aburridos (reconozco que el Señor Mojón es peor que el peor personaje de Los Simpsons), pero siempre abren nuevos caminos. Todos reciben bofetadas a mano abierta propiciadas por su creador Trey Parker. Hasta su amigo y productor George Clooney se llevó lo suyo. A tumba abierta. Esa parece ser la declaración de principios. Los niños de 8 años son como Cartman, Stan, Kyle y Kenny, no como Bart y Lisa. Se preguntan de dónde vienen los niños o si existe el hada de los dientes, buscan ingenuamente tácticas que les ayuden a enriquecerse sin mucho esfuerzo y pueden llegar a ser seducidos por Charles Manson debido a su inocencia. Y son malhablados porque copian lo que oyen de sus mayores. Habrá quien me llame incoherente por condenar la monotonía de Los Simpson y no condenar el que siempre muera Kenny. Pero es que me parece una de las ideas más brillantes con las que jamás me he encontrado.


TV: Extras


Este es tan buen momento como cualquier otro para hablar de Extras. No es la típica serie de la que puedas hablar con casi nadie, porque casi nadie la ha visto. Hay gente con la que puedes hablar de The Office, pero de la Steve Carell, no de la de Ricky Gervais. Ricky Gervais, a ver si nos aclaramos, es el Dios de la comedia británica. Lo que antes fueron los Monty Python ahora es Gervais. Me he enterado de que este gordito de poco pelo y colmillos afilados acaba de dar plantón a Woody Allen por segunda vez en los últimos tres años porque cree que ya no es gracioso. Un tipo que es capaz de decir que W. no es gracioso, o es muy prepotente o un genio del humor. Yo he visto Extras, y creo que la parte que se cumple de la anterior ecuación es la segunda.

Os meto en harina. La versión británica de The Office es tan o más divertida que la americana. De hecho, los guiones de la primera temporada de la versión de NBC eran calcados a los de la BBC. Y Gervais, en su faceta de actor, no desmerece para nada a Carell. De hecho, es capaz de proyectar una repugnancia física que el suicida de Little Miss Sunshine no alcanza. No me quiero extender, sólo quiero que sepáis que The Office en sus dos versiones es una de las mejores comedias que se pueden disfrutar en la actualidad. Y Gervais es el jefe de todo ello (produce, dirige, escribe y actúa).

Extras es más de lo mismo pero en estado bruto. Si la miseria humana es la materia prima de Dunder Mifflin, en Extras se encuentra sin cortar. El uso de los silencios incómodos, pero no al modo de Mia y Vince, incómodos de verdad, es todo un descubrimiento en la escala de la amargura insolventable. Hay dos protagonistas principales en la serie: Andy Millman (Gervais) y Maggie Jacobs (AshleyJensen). Todo lo demás es mutable. La premisa es simple: un actor de renombre trabaja como estrella en una película en la que ambos hacen de figurantes. La marciana relación que ambos establecen con Samuel L. Jackson, Daniel Radcliffe, Ben Stiller o Kate Winslet es la rueda de molino de cada capítulo de 28 minutos. La tensión se corta con cuchillo. La miseria de Millman y la estupidez de Jacobs son tan perennes como los días del calendario. Se producirá el equívoco, la ofensa, la tensión y, al final, estos dos perdedores acabarán despedidos.

Andy y Maggie son dos inadaptados sin suerte en el amor. La mezquindad y falta de atractivo del primero (encomiable la humildad de Gervais) y la estulticia de la segunda les incapacitan para tener una relación duradera. Pero que nadie se vaya a pensar que son candidatos a enrollarse el uno con el otro a falta de una presa mejor. Su relación no encierra ninguna clase de tensión sexual irresoluble.

No hay carcajadas en Extras y sí mucha antropología de la estupidez. Nadie desencajará su mandíbula de tanto reír, pero los que sean capaces de empatizar con su mecánica no podrán discutir que es uno de los espectáculos más inteligentes y cómicos que pueden consumir.

Hay rumores de que a partir de enero de 2007 habrá una tercera temporada que sumar a los 16 capítulos existentes hasta la fecha. Cruzad los dedos para que sea así. Si no, echadle un ojo a Kate y decidme si no merece la pena.


TV: Studio 60


Este es el artículo que yo siempre quise haber escrito sobre la mejor serie en años. No le faltan puntos. No le faltan comas. Es lo que es. Está todo lo que es y es todo lo que está. Yo lo habría escrito quizá con más víscera, con más odio, con más reverencia aún. De hecho, algún día de estos me pondré a ello. Pero, entretanto, me parece bien que llegue hasta vosotros así, sin tamizar. A algunos de los que alguna vez os habéis acercado por aquí no os conozco ni nunca podremos mantener una conversación, pero quiero que os vaya bien. Os recomiendo que veáis esta serie si es que alguna vez os ha entrado el gusanillo por engancharos a alguna. Si os conozco, no os doy más la chapa, porque seguro que ya os lo he dicho en directo. Con todos vosotros, el artículo que publicó el 30 de Agosto de 2007 en la penúltima de El País el sabio Juan Cueto.

"Hoy emite Canal + el último capítulo de Studio 60 y no habrá segunda temporada por decisión de los directivos de la cadena NBC, que ya han desmontado los costosos decorados de Hollywood. El motivo de este cierre ya lo venían anunciando los personajes de ficción en sus últimos capítulos memorables, cuando los autores del show, Matt y Danny, guionista y productor ejecutivo, habían decidido por higiene no volver a hablar de audiencias con la presidenta de la cadena (Amanda Peet) ni con su consejero delegado.

El estreno español de la nueva serie del maestro Aaron Sorkin (El ala oeste de la Casa Blanca) no sólo repitió los malos resultados norteamericanos, sino que además acumuló todos los desastres que puede concitar una serie al margen del maldito medidor de audiencias: nadie la elogió ni la destacó, no hubo aquí el menor rumor mediático a su alrededor, ni siquiera fue citada por la crítica (de papel) y sólo algunos blogs teléfilos de raza friki la trataron con respeto. Hoy, digo, veremos el punto final, pero apuesto a que dentro de muy poco empezaremos a hablar maravillas y con nostalgia de Studio 60, como ya ocurrió en Estados Unidos desde que la liquidaron, y sobre todo desde sus cuatro últimos episodios, que fueron antológicos.

El problema que tiene la tele, pero que ya no tiene el cine gracias al poder cinéfilo, es que el único criterio para decir si una serie es buena o mala, histórica o del montón, visible o invisible, es esa versión pervertida de la dictadura del box office que se llama audímetro. Ya nadie en su sano juicio valora la calidad de las películas exclusivamente por los resultados de taquilla, cifras que sólo interesan a productores, distribuidores y exhibidores, pero en los juicios sobre la televisión hemos abdicado de nuestros gustos y criterios personales, que nunca suman, y nos hemos entregado sin resistencia a la tiranía del audímetro. Esta noche se emitirá el capítulo final de la mejor serie de las temporadas últimas y que ha sido percibida como la peor serie del año".


TV: Los hermanos Donnelly


Ayer por la noche, cuando fui a entregar a Ed el regalo de su 27 cumpleaños, un reloj dio las 23:00 y todavía no sabía de lo que os iba a hablar hoy. Pensaba que os podría hablar de Soy espía, la peli que me había recomendado J. el día anterior. Imaginaba que no me costaría ejercer una agria acusación contra sus muchas flaquezas a pesar de la gracia de Eddie Murphy, en uno de sus más hilarantes papeles desde los 80. Luego me di cuenta de que sus flaquezas, como las del cine de Sandler y de mucha de la calaña cómica estadounidense es buscada y yo iba a parecer un amargado sin visión periférica.

Pasado un rato, unas risas y unas confidecias, un reloj dio la 1:00 y yo estaba de vuelta en casa sin tema. Y enchufé el DVD, y ocurrió el milagro, y me dije que Los hermanos Donnelly serían mi tema de hoy. Vi el piloto, sólo el piloto. Tenía la temporada entera y toda una noche por delante sin sueño, pero me dije que prefería acostarme y rumiarlo, porque acababa de ver una de las mejores películas de 45 minutos que recuerdo.

Los hermanos Donnelly, es la serie con más sabor cinematográfico que una cadena generalista (NBC) emitiera la temporada pasada. Con una fotografía digna de gran estudio y una violencia explícita descarnada, su caldo de cultivo parecía más propio de un canal por cable como la HBO. Allí hubiera encontrado el amparo del público selecto, uno que no ofrece audiencias masivas, pero sí de calidad. Quizá la cadena que compró la idea de Haggis fue la culpable de que la acogida de la serie en USA fuera tan fría que la tuvieran que cancelar a la mitad de las emisiones.

Siempre os hablo de las series cuando las he terminado. Cuando me he zampado una temporada al menos. De ésta sólo he visto el primer capítulo de 13. Me gusta pensar en Los hermanos Donnelly como en 13 películas distintas. Cada una de ellas me llevará un tiempo. Las analizaré con calma, para que no se me apelotonen los detalles en la memoria y pueda distinguir unas de otras, al contrario de lo que ocurre con otros productos que ganan en su conjunto. Todavía tengo muy vivo en mi memoria el recuerdo del piloto, quizá porque me pasé una hora dando vueltas en la cama rememorando sus cuidadas escenas y la construcción de sus personajes, matizados y complementarios.

Al frente, Jonathan Tucker (Tommy Donnelly), un chico imberbe de unos 22 años, con demasiada carga a sus espaldas para tan corta edad. A lo mejor, me sorprendió tanto su solvencia porque yo le conocí en 100 girls, una reivindicable comedia teen del 2000. En ella daba vida a un panoli. Aquí es un proyecto de capo mafioso. El menor de cuatro hermanos. El líder natural que sabe que tiene que tirar del carro cuando las cosas se ponen feas. Un papel que hubiera podido interpretar Wenworth Miller (Prison break) si contara con 1o años menos. El héroe listo. Quizá no el más duro con los puños pero dueño de una cabeza que devuelve las jugarretas multiplicadas por 100.000.

En el segundo capítulo de la tercera temporada de Prison break, cuando Mahone (William Fichtner) es preguntado acerca de la opinión que tiene de Michael Scofield, éste responde: "Si te quiere, dará la vida por ti; pero como te conviertas en su enemigo, te puede joder de tres maneras distintas". De ese tipo de héroe estamos hablando, de uno que no quiere serlo pero que cuenta con todos los recursos para ser el mejor de cuantos le rodean.

El amor es la rueda de molino que mueve las acciones de Tommy Donnelly, un joven irlandés que habrá de tomar decisiones, un continuador de la estela dejada por el Pacino de El padrino, el DiCaprio de Infiltrados, o los Pitt y Patric de Sleepers. Chicos de barrio, duros a la fuerza, a los que les robaron la infancia.

Vislumbro un romance guadiánico que atormentará a Tommy, una de esas historias de amor imposibles que le vincularán con Jenny (Olivia Wilde), su enamorada de la infancia; ahora casada y abandonada pero atada por un matrimonio irlandés indisoluble a pesar de las circunstancias. Los irlandeses neoyorquinos, máximos exponenentes de la culpa católica, prometen confesiones catárticas en la parroquia y un buen número de funerales, quizá sin boda.

He querido hacer un monográfico del piloto de Los hermanos Donnelly porque es brutal. Ya veremos si da para más. Si no, es igual. Como la primera temporada de Studio 60 o la primera película de la trilogía de Matrix, pervivirá. Estará ahí, en mi estantería para recuperarlo una y otra vez. Si todo lo demás es fatal, dará lo mismo porque esta peliculita es una obra maestra incorruptible. De hecho, la voy a incluir desde ya en un rincón privado de mi memoria junto a la primera temporada de Studio 60 y la primera parte de Matrix, porque son prendas de un equipaje que me ayuda a ser más feliz, que me hace la vida más entretenida.

Se me olvidaba. La escena final merece capítulo aparte. No sólo por la fuerza de unas imágenes que no os quiero desvelar. Snow Patrol hace acto de presencia con su gran obra maestra "Open your eyes" y cierran con sus notas musicales un capítulo para enmarcar de la misma manera que ya hicieran con él último de la temporada 12 de Urgencias. Entonces lo hicieron así:



En los Donnelly, lo averiguáis vosotros. No es una sugerencia.